OPINIÓN
EL INFANTE ES LA
MEDIDA DE TODAS
LAS COSAS
Introducción
Al filósofo Protágoras, seguramente el más insigne de los sofistas (tan injustamente vilipendiados por la historiografía
tradicional como trileros del lenguaje), se le recuerda por una sentencia que encierra la esencia del relativismo
bien entendido: «el hombre es la medida de todas las cosas». Y es que lo que es grande o pequeño queda
determinado por la escala humana, como lo es de su tempo lo perecedero y de su alma lo bueno y lo malo.
Aunque aplicar semejante lema al infante de marina pueda parecer un poco pretencioso, lo cierto es que subraya la
importancia de la Infantería de Marina (IM) a la hora de crear o consolidar una marina de guerra verdaderamente útil y
equilibrada.
El origen de una perfecta simbiosis
La Armada es una compleja organización que dispone de toda suerte de recursos para garantizar la protección del
territorio y de la población de España, así como para defender sus intereses a lo largo y ancho del globo, todo ello desde
la mar.
Como marina de guerra de carácter hemisférico dispone de una modesta fuerza aérea propia (con helicópteros de
diversos tipos y aeronaves de ala fija), de una variedad amplia de unidades navales para cubrir las diferentes tareas, de
instalaciones en tierra (bases navales e infraestructuras industriales) y de un pequeño ejército. Todo eso es una marina,
y salvo por el arma aérea, no difiere mucho en el caso de España de lo que acabó por ser en el siglo XVI, una vez Carlos I
firmó la asignación a las escuadras de galeras del primer tercio específicamente naval.
De hecho, fue la creación de la infantería de marina y su integración en las escuadras de galeras y galeones lo que acabó
por definir la estrategia y el poder naval de la España de los Austrias, capaz de garantizar la seguridad de sus extensas
costas, blindar sus rutas marítimas esenciales, combatir a las flotas corsarias o regulares de sus enemigos, mellar de éstos
el comercio, socorrer sus plazas y presidios comprometidos por tierra o asaltar los puertos y las tierras hostiles. Todo ello,
en muchas ocasiones, a la vez. Y en todo ello con evidente e imprescindible protagonismo de la IM, claro.
La impronta española
La existencia de un cuerpo de IM específico fue replicado ya en el siglo XVII en Portugal, así como copiado por ingleses
y neerlandeses. También hubo países que lo imitaron peor, no integrando el cuerpo en la propia armada y en consecuencia
viéndose obligados a afanarse por coordinar adecuadamente ambas instituciones, cosa que pese a han logrado
históricamente en gran medida, les mantiene entretenidos1.
Sin embargo, en ningún lugar tuvo la IM el impacto y el nivel de integración con el resto de la marina que tuvo en la
Monarquía Hispánica desde su aparición, heredera como fue de los ballesteros y almogávares que hacían invencible a
Roger de Lauria en todo el Mediterráneo a finales del siglo XIII o de las tropas castellanas que poblaban las naves de
Ambrosio Bocanegra y Sánchez de Tovar imponiendo en el Atlántico su ley en el último tercio del XIV.
España desplegó su incipiente poder naval con una mentalidad territorial, mediante la que su exploración marítima
se convirtió en una operación de conquista de rutas, de islas y presidios, de reinos o hasta de enteras civilizaciones o
imperios, convirtiendo los mares en parte inseparable del conjunto de los dominios que se incorporaban a la corona, a
través de los que ésta permanecía unida. Esa concepción fue original y única.
1 El mejor ejemplo es el “Tri-Service Maritime Startegy” (USN, USMC y USCG), cuya última revisión data de 2021, “Advantage at Sea”.
34 BOLETÍN DE LA INFANTERÍA DE MARINA