NUESTROS LEGIONARIOS
BRIGADA VICENTE DAVID JIMÉNEZ CARBALLO
C O M O A U N A M A D R E
A La Legión se le quiere como a una madre, así he definido
siempre mi amor por ella.
Cuando éramos adolescentes, en la plenitud de nuestra
pubertad, no nos parecía tan fácil seguir las normas de nuestros
padres, a pesar de que quisieran lo mejor para nosotros.
Hablábamos con nuestros amigos y comentábamos « ¡vaya
rollo!», «que no nos comprendían», etc. Aunque por otro lado
teníamos muy claro que si alguien se metía verbalmente con
nuestra madre, dormiría esa noche con dos «ensaimadas»
adornándole la cara.
Las damas y caballeros legionarios queremos a La Legión y
La Legión nos quiere a nosotros. Esta es la premisa que hace
fuerte a la Familia Legionaria. Pero como en toda familia,
siempre hay algún primo que no nos cae bien o un cuñado que
nos toca las narices un domingo en mitad de la barbacoa; pero
esto no hace peor a una familia, le da personalidad.
«La Legión ya no es lo que era»- dicen algunos, como si
afirmasen que antes éramos mejores. Me pregunto si quienes
dicen esto son conscientes de tal cuestión. Aparentemente
los legionarios de hace 30 años o más, tenían otro aspecto:
camisas abiertas, patillas generosas, tatuajes… ¡Y cara de
mala leche! A día de hoy esta imagen constituye un trasnochado
cliché con el que algunas mentes ajenas a La Legión, aun hoy
día nos idealizan. Por otro lado, La Legión ha experimentado
significativos vaivenes de la historia de España. Aquel Socorro
a Melilla, la Guerra Civil, Ifni Sáhara, La Transición española,
las primeras misiones en el extranjero…; No era una Legión
mejor, era diferente; adaptada a cada época.
Sin entrar en detalles, aquella época yo no la viví; pero sí puedo
hablar de mis últimos 24 años ininterrumpidos en La Legión.
En junio de 1997, poco antes de tomar el despacho en la
Academia General Básica de Suboficiales, nos informaron
de las vacantes que habían salido a nivel nacional para los
nuevos sargentos del Cuerpo de Especialistas de la rama
de Almacenes y Parques. Hacía tan solo siete meses que
había contraído matrimonio y quería ir a un destino cercano a
Granada, provincia de la que orgullosamente soy oriundo. El
lugar más próximo era la Base de La Legión, en Viator. No voy
a mentir, de primeras no fue por vocación legionaria. Algunos
compañeros de promoción me advirtieron que apenas pisaría
mi casa, que estaría el 60% de cada mes de maniobras y
que iba a ser muy duro. La verdad era muy aproximada, pero
bastante más llevadera de lo que temía en un principio.
Aquel año yo cumpliría veinticinco años y la BRILEG tan sólo
dos. Por entonces había caballeros legionarios de todo tipo,
de reemplazo (la antigua mili), nuevos profesionales (METP)
y los «pata negra», aquellos provenientes de Fuerteventura.
Sin olvidar a las primeras damas legionarias, casi todas en mi
nueva unidad, el Grupo Logístico II de La Legión.
Recuerdo, entre muchas cosas de aquella época, mi primer
servicio de sargento de cuartel durante la preparación de las
diversas actividades del 20 de Septiembre. Un día, vino el
equipo de una patrulla, (para el concurso de patrullas), si mal
no recuerdo proveniente de Ronda. Por entonces, durante el
horario de verano, había toque de silencio y diana para la siesta.
Estaba de servicio de cabo de cuartel una dama legionaria de
1ª y, siguiendo mis instrucciones, al toque de diana (sobre las
18:00 horas), dio la orden de que todo el mundo se levantara.
Se levantaron todos menos los componentes de aquel equipo.
¿Podrían haber seguido aquellos legionarios descansando
tras un duro día de entrenamiento? Seguramente sí, pero era
mi primer día de cuartel en La Legión y si toca diana… ¡pues
todo el mundo en pie! Tras recibir novedades de mi cabo de
cuartel de que aquellos legionarios no le hacían caso (el más
antiguo era cabo), me vi en la obligación de pasarme por la
camareta en cuestión y dar una patada a la pata de una litera
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