La asistencia de la Veterinaria Militar Española a la población civil tiene más de 200 años...
Sanid. mil. 2021; 77 (2) 113
ACERCA DEL CONTAGIO DEL MUERMO
Acertados estuvieron en este punto los mariscales mayores,
pues Ramón Martín no parecía tener dudas acerca de la capaci-dad
de contagio del muermo o, por lo menos, se mostró preca-vido
al respecto. Y de igual manera actuó Francisco González
quien, en su libro manuscrito dice que el muermo verdadero y el
común son contagiosos, mientras que los demás no lo son.21 La
opinión mayoritaria a finales del siglo XVIII era que el muermo
se contagiaba. Pero pronto surgieron dudas y en 1806 Agustín
Pascual escribió: «yo no voy á decir que el muermo no es con-tagioso,
sino á manifestar que dudo que lo sea»,22 opinión que
mantenía diez años más tarde cuando se expresó con las mismas
palabras.10 Se pasó de la creencia en el contagio del muermo a la
duda y a la opinión de que no se contagiaba. Nicolás Casas escri-bió
en 1853 que, aunque él había sostenido que esta enfermedad
no era contagiosa, ahora existían los suficientes datos además
de la experiencia propia, para no dudar de su contagio, no solo
entre los équidos, sino también de ellos al hombre. Pero no era
eso lo que se estudiaba en la Escuela de Veterinaria a comienzos
del siglo XIX. En palabras de Casas: «Pocos son los veterinarios
españoles, sobre todo de los que concluyeron sus estudios desde
el año 1817 al de 1846, que no tengan la idea de que el muermo
no es contagioso, porque asi lo aprendieron y asi se les enseñó».23
Muestra de ello es el informe firmado por Carlos Risueño
y José María de Estarrona, secretario de la Escuela, el 12 de
noviembre de 1831,24 redactado por la Junta de la Escuela de
Veterinaria por mandato del protector. Solicitado a instancia del
Inspector General de Caballería y del Capitán General de Gra-nada,
requería su parecer en relación a posibles enfermedades
contagiosas observadas en caballos del Regimiento de Caballe-ría
de Vitoria. La Junta estudió la certificación del veterinario
de Málaga José Pascual en la que describe las enfermedades
en cuestión (fundamentalmente muermo, lamparones y tisis
pulmonar) y las medidas aplicadas por él y el mariscal mayor.
Cuando el informe aborda el contagio del muermo, dice que «no
se considera en el día como tal» y, aunque la Junta reconoce que
este es un punto bastante delicado en el que no siempre están de
acuerdo los autores, entiende que los partidarios del contagio
son los antiguos, pues «los modernos casi todos convienen en la
incontagiabilidad del muermo».
APORTACIÓN DE LA VETERINARIA MILITAR EN
ESTAS EPIZOOTIAS
Demostrada la relación de la Escuela de Veterinaria de
Madrid con el Ejército, tanto por parte de sus directores, pro-tector
y su dependencia del Ministerio de la Guerra como por
ser uno de sus fines la formación de veterinarios para el Ejército,
hemos comprobado que los mariscales mayores actuaron en la
sociedad civil diagnosticando y tratando a los animales afecta-dos
de muermo, colaborando con los albéitares de la zona. En los
dos casos expuestos se aprecian algunas diferencias, pues aunque
tanto Francisco González como Ramón Martín son mariscales
mayores, el primero es albéitar compañero de Malats y Estévez y
futuro profesor de la Escuela, mientras que el segundo es veteri-nario
alumno de Malats y Estévez.
En el caso de Aragón, encontrándose González de servicio
con su regimiento se percató de la existencia de la epizootia
comunicándolo a los directores de la Escuela, quienes cursaron
la solicitud para que el rey lo comisionara a la zona; la comuni-cación
de González fue en todo momento con Malats y Estévez,
quienes a su vez transmitían los partes al protector quien rendía
cuentas al ministro. La enfermedad que diagnosticó no afectó a
los caballos de su regimiento, sino a los équidos de las poblacio-nes
de Novillas y Agón. Sin embargo, la epizootia que diagnos-ticó
Ramón Martín aconteció en los caballos del Ejército y fue
nombrado mariscal mayor después de su aparición; pero al ser
consciente del contagio, investigó el estado en que se encontra-ban
los caballos de la isla.
En ambos casos estamos ante dos focos de muermo de algu-nos
años de duración, en áreas rurales, a los que no se prestaba la
debida atención debido probablemente a la pobreza de la pobla-ción,
que no podía sufragar los gastos del tratamiento, unido al
curso muchas veces crónico de la enfermedad lo que permitía
que el animal afectado siguiera trabajando. Por otra parte, en
Fig 3. El primer uniforme de los mariscales. En Moreno Fernán-dez-
Caparrós L.A. y Alonso Fermoso H. Historia de los uniformes
y distintivos de la Veterinaria Militar Española. 2ª Ed. Ministerio
de Defensa. Madrid. 2014. pp 348-349