A N Á L I S I S
Berlín que contiene 22 medidas (stepping stones) concretas para
movilizar a la comunidad internacional en apoyo de la arquitectura
de la no proliferación y el desarme.
En el mes de enero del presente año, los países de la Iniciativa
se reunieron al más alto nivel y aprobaron una hoja de ruta para
los próximos meses. España ha ofrecido celebrar en Madrid una
reunión, a finales de primavera o principios de verano, para hacer
balance y coordinar las actuaciones a realizar en la recta final previa
a la Conferencia de Revisión del TNP prevista para agosto. En
esta Conferencia, los Estados Parte negociarán nuevas medidas
que contribuyan a alcanzar un mundo sin armas nucleares bajo un
régimen internacional de verificación.
También el pasado enero, el día 22, entró en vigor el Tratado
de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN). A diferencia del TNP,
este Tratado sí que prohíbe a los países firmantes desarrollar, producir,
comprar o utilizar armas nucleares. Sin embargo, su entrada
en vigor resulta simbólica ya que, a pesar de su ratificación, las
principales potencias atómicas del mundo no son signatarias del
texto. A ello hay que añadir que la Alianza Atlántica —sin fisuras
entre sus Estados miembros— se opone al documento por cuatro
razones principales: considera que el Tratado carece de cualquier
mecanismo de verificación riguroso o claro; no ha sido firmado
por ningún Estado que tenga armas nucleares; no refleja los retos
a los que se enfrenta el entorno internacional de seguridad; y
amenaza con socavar la arquitectura global de no proliferación y
desarme que tiene en el TNP como único camino creíble hacia el
desarme nuclear.
POSTURA ESPAÑOLA
España ha reiterado su compromiso con el multilateralismo que
conforma uno de los ejes de la política exterior española. Nuestro
objetivo, tal y como señala la Estrategia de Seguridad Nacional
(2017), es «impedir la proliferación, evitar el acceso a sustancias
peligrosas por parte de terroristas o criminales y proteger a la
NO SOLO BOMBAS
EN la disuasión nuclear es necesario tener en cuenta tres
elementos. Además de las cabezas nucleares propiamente
dichas, son igualmente importantes las plataformas desde
las que puedan lanzarse y los vectores —normalmente misiles—
que las transporten hasta su objetivo. De hecho, esa es una de las
reclamaciones estadounidenses —e, indirectamente, israelíes—
respecto del pacto nuclear con Irán (Plan de Acción Integral Conjunto
PAIC, también conocido
por la sigla en inglés, JCPOA):
no solo hay que contemplar la
capacidad de enriquecimiento
de uranio y la tecnología de
fabricación del armamento,
también los misiles y sus capacidades
tienen que estar incluidos
entre las limitaciones que
se impongan.
Dentro de las plataformas,
volvemos a encontrar una segunda
triada que incrementa
la resiliencia del atacante y,
por lo tanto, sus posibilidades
reales de actuación. Tener la
capacidad de lanzar tus misiles desde silos en tierra firme, desde
aviones en vuelo o desde barcos —o, mejor, submarinos— garantiza
la supervivencia de suficientes cabezas ante un ataque
por sorpresa. Es el equilibrio de oportunidades entre los ataques
y las defensas lo que mantiene viva la disuasión, la razón de ser
fundamental de las armas nucleares.
Este equilibrio se vio amenazado en su día por el famoso proyecto
de la «guerra de las galaxias», que el entonces presidente
Reagan amenazaba con poner en órbita para crear un escudo impenetrable
que haría inútil el arsenal soviético. Otros esfuerzos,
esta vez contemporáneos, en este sentido son el sistema de combate
Aegis o el THAAD (Defensa Aérea Terminal de Alta Cota) que
Estados Unidos ha desplegado, por ejemplo, en Corea del Sur.
La respuesta de la parte ofensiva ha llegado de la mano de
misiles de elevadas prestaciones. Misiles hipersónicos como los
del tipo HGV (Vehículo de Planeo
Hipersónico), o los HCM
(Misiles de Crucero Hipersónicos).
Ambos superan normalmente
velocidades cinco veces
superiores a la del sonido. A esa
velocidad, estos misiles suelen
añadir una enorme precisión y
capacidad de maniobra que los
hacen muy difíciles de detectar
e interceptar.
Las grandes potencias ya
han iniciado una carrera para el
desarrollo de estos vectores. La
Federación Rusa tiene en marcha
el sistema RS-28 Sarmat
EFE
(también conocido como Satán 2), un misil de crucero que podría
albergar hasta 24 ojivas del tipo HGV. La réplica estadounidense
es el Tactical Boost Glide (TBG), un vehículo que utiliza cohetes
para propulsarse a grandes alturas y velocidades antes de
planear hasta su objetivo. En cuanto a misiles hipersónicos de
crucero, Rusia ha puesto en servicio el Kinzhal (Daga), mientras
el Pentágono dispone del HAWC. China y otros países también
están desarrollando sus propios vectores hipersónicos.
56 Revista Española de Defensa Febrero 2021