revista de aeronáutica y astronáutica / marzo 2021
232 bodas de oro Canadair CL215
Los dos aviones citados portaban
las matrículas EC-BXM y EC-BXN
respectivamente, dado que habían
sido asignados para su operación
y mantenimiento al 803 Escuadrón
SAR de Fuerzas Aéreas, en aquel
entonces dependiente de la Subsecretaría
de Aviación Civil. El viaje
desde la factoría de Canadair-Limited
en Montreal (Canadá) hasta la
base aérea de Getafe, –veintitrés
horas de vuelo totales con escalas
intermedias en las islas de Terranova
y Azores–, se hizo con tripulación
mínima en cada avión, dos pilotos
y un mecánico de mantenimiento.
En cuanto a los pilotos, solamente
dos de ellos –uno por avión– habían
estado previamente en Montreal
y realizado cinco horas de
vuelo en este avión. Los otros dos
pilotos lo vieron por primera vez
al llegar a la factoría para hacerse
cargo de ellos e, inmediatamente,
iniciar el viaje a España. Yo era
uno de estos dos últimos pilotos.
Como ayudas a la navegación en el
vuelo transatlántico se dispuso de
radiocompás, VOR, brújula, reloj y
aire caliente a los carburadores. No
hubo más, ni avión del Ala 31 para
acompañar y facilitar datos de posición
y de meteo durante las dos
largas etapas atlánticas de la travesía,
una de ellas de 9,50 horas de
duración. El comandante jefe de la
comisión designó las tripulaciones
para cada avión. La del BXM serían
los comandantes Victoriano Sáez
Esteban, Pedro Fernández Grande
y el brigada Mariano Molina Serrano,
y en el BXN irían los capitanes
Gonzalo Ramos Jácome, Jesús Rodríguez
González y el sargento 1.º
Ángel L. Armayor Fernández. De
los seis tripulantes, en el transcurrir
de estos cincuenta años, cinco
de ellos emprendieron su último
vuelo, hacia el cielo. Ahora, en las
bodas de oro de aquel inolvidable
vuelo recuerdo a estos cinco compañeros
con inolvidable cariño y
nostalgia. Consecuencia de este
viaje fue que –independientemente
de la graduación militar y cometidos
profesionales que fuéramos
alcanzando y desempeñando– la
mutua consideración y afecto personal
entre todos no decayera en el
devenir de los años.
Una vez en la base aérea de
Getafe, los seis pilotos y doce
suboficiales especialistas de mantenimiento
asignados para los dos
aviones nos integramos en el 803
Escuadrón, dotado, hasta entonces,
únicamente de helicópteros.
Nos considerábamos, con carácter
oficioso, como la escuadrilla
de aviones del Escuadrón. Los
comienzos en este escenario no
fueron fáciles; el 803 Escuadrón
se alojaba en un pequeño edificio
–de los primitivos de la base
aérea de Getafe– frente a cocheras,
con poco espacio disponible
para ubicar a su Jefatura y a las
dependencias propias para personal,
administración, operaciones
y estancia de pilotos, y todo
ello «adornado» con un mobiliario
viejo y heterogéneo. El resto
de las instalaciones también eran
muy deficientes. No obstante, ya
se estaba construyendo en la base
aérea de Cuatro Vientos un nuevo
hangar, con instalaciones modernas
y adecuadas, para albergar al
803 Escuadrón.