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Desde La rebelión de las masas de
Ortega y la adquisición de importancia
democrática por parte de aquellas
en el siglo xix, unas veces por motivos
«sólidos» o imperecederos y otras
por motivos «líquidos» o pasajeros, la
opinión pública ha tenido un peso creciente
en la dirección política (y militar,
por tanto). Sin embargo, estas masas
tienen un acceso infinito a la información,
pero un conocimiento cada vez
más superficial y disperso sobre demasiados
temas inabarcables y, por
lo tanto, son víctimas propicias para
la influencia y la manipulación cognitiva.
Información como conocimiento
no es lo mismo que información como
acceso. Acceso, sin límites; conocimiento…
quizá no tanto.
Ante esa avalancha de noticias, nuestro
complejo y maravilloso cerebro
necesita de mecanismos que simplifiquen
el enjambre de titulares y datos
contrarios en el que hemos convertido
la actualidad. Ese cerebro milenario
utiliza sus atajos heurísticos para
organizar nuestra voluntad despistada
y dispersa, ansiosa por recibir y acceder
a todos los contenidos más que
por procesar y asimilar. Estos atajos
buscan desmenuzar ese barullo de
datos para que en nuestro cerebro
quede un poso comprensible. Los teóricos
de la Gestalt, incluso Guillermo
de Ockham mucho antes con su «navaja
», ya comprendieron que la percepción
humana necesita la sencillez,
la división en partes de lo complejo,
la desestructuración de lo abundante
en «cómodos plazos», focalizar la
atención en pequeñas porciones de
deglución sencilla antes de abordar
bocados de gran calibre y atragantamiento
garantizado. Conocer cómo
nuestro cerebro utiliza los distintos
atajos y cómo, además, los sesgos
del receptor afectan a la interiorización
del mensaje es fundamental para
entender cómo actúan («ellos») y decidir
cómo responder («nosotros»)
en el campo cognitivo y en esa
«zona gris».
Tenemos sesgo cognitivo
cuando damos por válidas
las últimas informaciones
(sesgo de disponibilidad),
cuando
nos quedamos
con lo más escuchado
o
repetido (de
familiaridad),
cuando
aceptamos
el mensaje
solo porque
nos fiamos
de la persona
que lo emite
(el efecto halo),
cuando nos vale
la inamovible
primera impresión
sobre
algo / alguien
(sesgo de anclaje),
cuando
aceptamos la
opinión de la
mayoría (de conformidad)
y, quizá
por encima de
todos, cuando la
fuente dice lo que
nosotros ya pensamos
y nos reafirma
en nuestras
opiniones (sesgo
de confirmación).
Aceptamos lo que
nos refuerza, rechazamos
lo que implica
cambio de postura (¿o
acaso escuchamos la radio
y leemos la prensa contraria a
nuestras opiniones?).
Elisabeth Noelle-Neumann
escribió en 1977 La
Sun Tzu