Lo que hay detrás de la mirada de un niño
nos ayuda a ser mejores
Lo invisible Miguel González Molina
revista de aeronáutica y astronáutica / diciembre 2020
lo invisible 1009
«A veces lo invisible es lo más visible.
A veces lo invisible cambia nuestro
día a día, nuestras actividades
más sencillas, haciéndonos difícil lo
que siempre había sido muy sencillo.
A veces, lo invisible nos hace valorar
más todo», reflexionaba Rosa Díaz,
cabo auxiliar de enfermería del Ejército
del Aire, mientras se imaginaba
el regalo que ella le pedía a los Reyes
Magos para sus hijos, Yago y Sergio,
de 6 y 8 años.
Tanto ella como su marido, también
militar, habían pasado muchas
jornadas trabajando duramente
en la denominada Operación
Balmis para hacer frente al COVID
19. Jornadas en las que
los niños estaban bajo el cuidado
de sus abuelos mientras
sus padres aportaban su
«granito» para frenar el coronavirus.
De hecho, la lucha
contra la pandemia ha supuesto
la activación del mayor despliegue
de las FAS en tiempos de
paz. Las cifras hablan por sí mismas:
casi 200 000 efectivos en alrededor
de 20 000 intervenciones desinfectando
hospitales, residencias, estaciones,
centros de salud, espacios
públicos, etc. También prestando
apoyo logístico mediante el transporte
aéreo o con el montaje de
hospitales de campaña, campamentos
y albergues; o aportando más
de 2000 rastreadores a disposición
de las comunidades autónomas. Y,
por supuesto, proporcionando seguridad
con el despliegue de patrullas
por numerosas localidades,
vigilando infraestructuras críticas o
supervisando controles fronterizos.
Rosa, concretamente, tuvo que
prestar apoyo sanitario en interminables
días. En sus ojos todavía se
puede leer el rastro que el dolor y el
sufrimiento humano le han dejado.
Pero a ella siempre le ha gustado
contarles a sus hijos historias positivas
y quiere que, esa sonrisa que la
mascarilla tapa, se incruste en sus
miradas. Por eso, les ha hecho visible
la apasionante historia del médico
militar Francisco Javier Balmis, al que
las FAS homenajean dando nombre
a su operación.
Este gran desconocido partía el 30
de noviembre de 1803 del puerto
de A Coruña con la Real Expedición
Filantrópica de la vacuna contra la viruela
con destino a los territorios de
ultramar. A bordo, 37 personas, 21
de ellos niños huérfanos atendidos
por Isabel Zendal Gómez, otra gran
Comandante del Ejército del Aire
desconocida, a la que acompañaba
Benito, su propio hijo de 9 años.
Se trataba de la primera expedición
médica de la humanidad.
Llevar la vacuna a grandes distancias
era algo que nadie había conseguido
debido a la extrema dificultad
de conservarla con sus propiedades
durante largos periodos de tiempo.
Hasta que Balmis tuvo la genial idea
de usar cuerpos humanos vivos como
portadores: «22 niños vacuna». Niños
huérfanos, libres de enfermedades,
más «puros», a diferencia de los
adultos, lo que les hacía idóneos
para que la vacuna funcionase.
Niños a los que a nadie les importaba
qué fuese de ellos. Sin
embargo, ellos llevaban en sus
brazos inyectado el pus con el
virus que sirvió de salvación a
miles de personas en lugares
como las islas Canarias, Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú,
México, Filipinas o China.
Las primeras vacunas las pusieron
en Santa Cruz de Tenerife,
donde permanecieron un mes antes
de cruzar el Atlántico, ya que precisamente
el 6 de enero de 1804, día
de los Reyes Magos, partieron con
dirección a las «Américas». Ni Isabel
Zendal ni los niños regresarían ya
nunca a España. Iniciaban la aventura
que convertiría a los niños en
«exterminadores de la viruela» y a
Isabel en la primera enfermera de la
historia en misión internacional. Sus
desvelos por cuidar a los pequeños,
ocupándose de su salud, de su alimentación
y de su seguridad, la convirtieron
en una pieza esencial para
el éxito de la expedición.