Litografías a color de la hueste medieval
69
hasta llegar a constituir, en los inicios
del siglo xvi, el embrión y la base de
los ejércitos permanentes. De todas
estas denominaciones he escogido la
de hueste para rotular este artículo, y
lo he hecho tanto por sus connotaciones
eminentemente castrenses como
por la sonoridad y belleza de la palabra
en sí.
La «clientela»
suponía en
realidad un «pacto
de trabajo» con
un patrono muy
especial dedicado
exclusivamente a
guerrear
LA RECLUTA DE LA HUESTE
DESDE LOS ANTIGUOS
TIEMPOS HASTA LAS LEYES
DE PARTIDAS DE ALFONSO X
EL SABIO (AÑO 1263)
Al investigar en archivos y consultar
en textos antiguos la recluta entre
los pueblos germanos, celtas e íberos
me llamó poderosamente la atención,
como profesor mercantil, el que
la denominación con que se definía en
dichos antiguos pueblos a la prestación
de servicios castrenses tuviese
un nombre tan ligado a nuestra actual
actividad mercantil y empresarial
como clientes y su derivado principal,
clientela. Y así fue, aunque nos pueda
parecer extraño, pues tal prestación
en los pueblos antiguos recibió
el nombre de clientela militar.
La «clientela» suponía en realidad
un «pacto de trabajo» con un patrono
muy especial dedicado exclusivamente
a guerrear, al que seguía un
individuo (el cliente), a cambio de sustento
y protección, obligado a su vez
bajo juramento a seguirle en cuantas
operaciones de guerra interviniese
su «patrono», de tal forma que si este
moría en la batalla el «cliente» debería
suicidarse, porque visto el pacto contraído
y la ineficacia de sus servicios,
había perdido su razón de ser, toda vez
que debía haber salvado la vida de su
jefe cubriéndole con su cuerpo en el
combate.
En la antigua Roma, y durante la época
republicana, la jurisdicción militar
(en la que se encuadraba la recluta)
era ejercida por los cónsules, en
su condición de jefes del ejército, y
la primordial característica de este
ejército era su minuciosa organización.
El ejército romano estaba organizado
en legiones, a cuyo frente,
y por delegación del emperador,
se encontraba el magistri militum, al
que le estaban directamente subordinado
los prefectos, los tribunos y
los centuriones. Tenían facultades
para dar la orden diaria y transmitir
el «santo» a los centinelas y puestos
avanzados del campamento. Vigilaban
el diario ejercicio de los legionarios
y aprobaban los castigos a que
eran sometidos los mismos por sus
faltas, a propuesta del prefecto y del
tribuno. Ni que decir tiene que la piedra
angular de las legiones era el legionario,
cuya recluta, en un principio
voluntaria y estimada como timbre
de honor entre ciudadanos romanos,
al irse ampliando las fronteras del Imperio,
implicó dar entrada en las legiones
a ciudadanos procedentes de
inferior clase social. El tiempo máximo
de servicio quedaba establecido
en 20 años y a su final el legionario
que hubiese cumplido bien sus deberes
recibía lo que hoy llamaríamos