Muerte de Viriato, asesinado mientras dormía por sus tres amigos, Audas, Ditalco y Minuro,
comprados por el Cónsul Cepión (Año 139 a. C.)
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«Mi lecho es el duro suelo, mi descanso
el pelear». Eran tropas escogidas
y muy duchas en el arte de la
guerra, que se empleaban para hacer
algaras y correrías en tierras de
enemigos. Tropa profesional, en la
terminología de hoy, como los famosos
almogávares, que en el siglo xiii
llevaron triunfantes por los caminos
del Mare Nostrum las barras de la
Corona de Aragón, a través de Sicilia,
Calabria, Basilicata y Malta, atravesando
victoriosos las murallas de
Bizancio (Constantinopla) y entrando
vencedores en los ducados de
Atenas y Neopatria.
Respecto al procedimiento legislativo
en los reinos cristianos durante
la Edad Media, se caracterizaba por
una gran proliferación de normas
plasmadas en ordenamientos de índole
local o fueros provinciales, de
estilo muy heterogéneo, y se hallan
en alguno de ellos abundantes preceptos
de carácter militar junto a
obligaciones castrenses, así como
los castigos que su incumplimiento
acarreaban, como el hecho de no
acudir a la hueste al ser requerido
para ello o al «fonsado» (trabajar en
la confección de un foso de defensa
en una plaza fuerte), o la falta muy
grave de no acompañar al rey en la
guerra o correría, estando obligado
por vínculo de vasallaje. Junto a estas
faltas «por omisión» encontramos
la tipificación de otras, también
muy graves, como las de «facilitar
armas o datos sobre la composición
de la hueste al moro» o el incumplimiento
de los deberes del «atalayero
» (antecesor de nuestro actual
centinela), como los de dormirse o
dar voces imprudentes de las que
pudiera aprovecharse el enemigo.
Falta gravísima era el «insulto de
obra al superior», que podría estar
sancionada hasta con la mutilación
de la mano ofensora. Estaban también
sancionadas por los distintos
códigos las diversas formas específicas
del «fraude militar», principalmente
la falta de equidad o aprovechamiento
personal en el reparto del
botín de guerra, así como los homicidios
y robos perpetrados durante
las algaras y acciones guerreras,
que ocasionaban el desprestigio y el
buen nombre de la hueste militante.
En cuanto al abastecimiento de la
hueste en la España medieval, es regla
primordial e imprescindible en el
arte de la guerra que los ejércitos, tanto
en paz como en campaña, habrían
de ser abastecidos con víveres y alimentos,
así como satisfechas, dentro
de lo posible y según las vicisitudes
de la campaña, sus necesidades
de vestuario, equipo e impedimenta.
Ya en el reino de Castilla se dictaron
una serie de leyes y pragmáticas tendentes
a buscar la mejor manera de
abastecer a sus huestes en suministros
de «boca y guerra», arbitrándose
para tales efectos los recursos necesarios.
A tal fin, los monarcas castellanos,
en el orden de abastecimiento
de su huestes y mesnadas, tuvieron
como libro de cabecera El Fuero de
Teruel, promulgado en el postrer decenio
de siglo xii, y en el que, con sabio
efecto jurídico, se prevenía: «Que
adonde la hueste hiciera provisiones
para pernoctar, hallándose ya reunida,
a su vista el notario con el juez y