la licencia absoluta (missio honesta),
y se le hacía entrega de una importante
cantidad de dinero o de tierras
para su cultivo y labranza, origen de
muchas colonias romanas a lo largo
y ancho del Imperio.
El Fuero recoge
la más grave
falta que podía
imputársele
a un jefe en la
campaña, la
cobardía
La recluta de la hueste en la época
hispano-goda no se estableció, en
principio, como algo permanente,
pero si el mantenimiento del orden
interno o las necesidades de la guerra
lo demandaban, entonces el rey
hacía la llamada a las armas, que en
caso de urgencia por una necesidad
imprevista se convocaba a «son
de cuerno». Puesta de manifiesto la
contingencia y hecha la «llamada»,
bien en la forma antedicha, bien por
la publicación de edictos reales en
las villas y ciudades importantes, ya
ese llamémosle servicio militar era
obligatorio y general incluso para los
eclesiásticos, con la sola excepción
de los menores de 20 años y de los
incapacitados por enfermedad. La
hueste, durante la campaña, no percibía
sueldo, únicamente vestido y
manutención a cargo del Estado, y a
su terminación recibía en premio (al
igual que los legionarios romanos)
70 / Revista Ejército n.º 958 • enero/febrero 2021
tierras en propiedad para su cultivo.
El incumplimiento de acudir a estos
servicios de armas motivó la promulgación
de algunas disposiciones
sancionadoras que alcanzaron
rango de ley en el Fuero Juzgo o Liber
Iudiciorum (Libro de los jueces),
promulgado el año 654 por Recesvinto
y que Fernando III el Santo hizo
traducir del latín en 1236, al dárselo
como fuero propio a la recién conquistada
ciudad de Córdoba. El
Fuero Juzgo, en su Libro IX (Título
II), califica como faltas gravemente
reprensibles las de «los siervos
fuidos e de los que se tornan», así
como «de los que no van (no acuden)
en la «hueste» al ser llamados, e de
los que fuyen della». Las faltas menos
graves se castigaban con penas
pecuniarias o subsidiariamente con
azotes, cuya ejecución se hacía en
día de mercado, a la vista de todos y
en gradual escala a la falta cometida.
Por último, el Fuero recoge la más
grave falta que podía imputársele a
un jefe en la campaña, la cobardía:
«Si el que ha de mandar cient ommes
en la hueste deja su campanna
en la batalla y se torna para su casa».
En ese malhadado supuesto, la sentencia
del Fuero contra el cobarde es
inflexible: «deue ser descauezado».
Invadida la Península por los árabes
en el año 711, dio comienzo en nuestra
patria una larguísima e ingente
tarea de reconquista que se inicia
en el 718 con Pelayo, en los riscos
de Covadonga, y culmina en 1492
con la toma de Granada por los Reyes
Católicos. La recluta de la hueste
que configuran en esta época los
incipientes ejércitos cristianos estaba
formada, en su mayor parte, por
vasallos unidos por un vínculo de
dependencia y fidelidad a su señor,
junto a feudatarios o súbditos de
un soberano al que debían prestar
servicios personales, estando obligados
unos y otros (vasallos y feudatarios)
a seguir a sus respectivos
señores y auxiliarles en sus luchas y
algaras. En los Anales Toledanos se
dice: «Salió una algara de la hueste,
e lidió con los alárabes, e mataron a
mas de mil e quinientos dellos». Formaban
también en las huestes hispanas
del medievo (si bien estos con
carácter voluntario) aquellos que
habían nacido para guerrear, haciendo
suyo el aserto castrense de
Guerrero medieval