Lepanto fue la última de las grandes
batallas de galeras y tácticamente
se diferenció muy poco de las de los
tiempos clásicos. A partir de entonces,
la vela y el fuego de costado reemplazarían
a los remos y al ataque
frontal. Desde el punto de vista de la
historia naval, Lepanto marcó el fin de
una época. Además, gran parte del
éxito fue consecuencia de la decisión
de don Juan de Austria de mezclar las
galeras de los distintos miembros de
la Liga, pues de no haberlo hecho es
posible que la batalla nunca se hubiera
librado.
El almirante francés Jurien de la Gravière,
que dedicó en 1883 una interesante
obra a la batalla de Lepanto,
llegó a decir que dicha batalla debe
figurar casi a la cabeza de las acciones
navales realizadas desde la Antigüedad
y aún en los tiempos modernos.
Honra particularmente a la
Marina española, que dispuso y llevó
a cabo la batalla mediante las instrucciones
de don García de Toledo,
y siendo sus ejecutores más destacados
don Juan de Austria y don Álvaro
de Bazán, a estos dos últimos
corresponde el principal mérito de la
victoria.
La batalla de Lepanto fue una derrota
significativa para los otomanos, que
no habían perdido una batalla naval
importante desde el siglo xv. La derrota
fue lamentada por los otomanos
como un acto de voluntad divina. Para
la mitad de la cristiandad este evento
animaba la esperanza de la caída del
Imperio otomano, que era la personificación
de Satanás para la cristiandad
del siglo xvi.
Una primera consecuencia de la batalla
de Lepanto fue que, por un lado,
determinó el predominio y la fuerza del
Imperio español en el mundo, ya que
al detener la expansión del islam logró
fortalecer el cristianismo en la mayor
parte de Europa. Por otro, el Imperio
otomano desistió definitivamente de
sus pretensiones de expansión en Europa
occidental, no así en la oriental,
y se concentró en su conquista sobre
Asia, sobre el mar Caspio, hasta llegar
al océano Índico, después de reconstruir
y potenciar su ejército.
La batalla de Lepanto no consiguió ni
la recuperación de Chipre ni condujo
al dominio del Mediterráneo por parte
de España. Aunque victoria táctica de
primer nivel, la disolución de la Liga
en el año 1574 tuvo como consecuencia
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el que estratégicamente resultara
victorioso el sultán. Lo que sí es cierto
es que la batalla de Lepanto coincidió
en el tiempo con el inicio del declive
político del Imperio otomano, producido
por el debilitamiento de la figura
del sultán.
Pero desde un punto de vista moral
fue decisiva, ya que al eliminar el
ambiente de terror que venía dominando
la Europa central y oriental
desde 1453, hizo evidente en todo
el mundo cristiano que los turcos no
eran invencibles. A partir de entonces,
los otomanos no volvieron a recuperar
el prestigio de los tiempos de Solimán
el Magnífico. El reinado de este, que
había muerto cinco años antes de la
batalla, marcó la cúspide del poderío
turco, siendo precisamente la batalla
de Lepanto la que rompió la base fabulosa
sobre la que descansaba.
Las consecuencias geopolíticas de
la batalla de Lepanto fueron beneficiosas
para España. El turco no pudo
ya creerse dueño del Mediterráneo,
como hasta entonces, y sus feudatarios
de Argel miraron en adelante con
más respeto las costas españolas y
las de Sicilia y Malta. No cabe la menor
duda de que la batalla de la derrota
turca permitió al rey Felipe II librarse
de los enormes recursos destinados
al Mediterráneo (es verdad que no todos)
para destinarlos a las otras prioridades
estratégicas materializadas en
Europa y en el Nuevo Mundo.
La impresión y el efecto que la victoria
cristiana, lo cual vale tanto como decir
española, produjo en las cancillerías
europeas fueron extraordinarios.
Francia, aliada permanentemente con
Turquía, Inglaterra mal avenida con el
dominio español de los Países Bajos,
Alemania que no sobrellevaba a gusto
la tutela española, y hasta algunos
Estados italianos, vieron con recelo y
cierto temor el engrandecimiento del
prestigio de las armas españolas.
A los motivos políticos venían a unirse
los motivos religiosos: hugonotes,
calvinistas de Suiza, luteranos y anglicanos,
reformistas todos, consideraban
justamente como su mayor
enemigo a Felipe II, el rey católico. Se
temía que Felipe II aspirase a implantar
su monarquía en toda la Europa
occidental, a desalojar al turco de la
Europa oriental, creando en las tierras
de Grecia, Albania y Dalmacia un reino
para don Juan de Austria o para otro
príncipe español.
El prestigio que adquirió Felipe II, el
rey católico, fue enorme como primer
y máximo defensor de la cristiandad,
teniendo a su disposición los mejores
ejércitos de Europa, en los que los
tercios ocupaban un lugar preferente
como los más eficientes combatientes
europeos. A esto hay que añadir
los inmensos recursos procedentes
del Descubrimiento, que convertían
a la monarquía hispánica en una potencia
temible ante cualquier adversario.
Aunque el impacto de la victoria española
en el Mediterráneo no fue muy
duradero, ya que sabemos que un año
después la gran Armada otomana fue
en gran parte reconstruida y volvía a
hacer incursiones por el Mediterráneo,
fue de mucha más larga duración
en Europa, donde tanto Inglaterra
como Francia temían que España
se convirtiera en el poder hegemónico
del continente. Después del pacto
entre Felipe II y Selim II en 1585,
que propició una tregua en el Mediterráneo,
ambos dirigentes pudieron
enfrentarse con más libertad a otras
prioridades estratégicas de sus respectivos
imperios.
En definitiva, podemos afirmar
con toda claridad que la batalla de
Lepanto, desde el punto de vista militar,
fue un gran éxito para las armas
españolas, y en ella destacó don Juan
de Austria como un gran líder en el
brillante empleo estratégico-operativo
de los medios navales y terrestres
puestos a su disposición junto al
ejemplar combate de los tercios, que
dieron gloria para siempre a la monarquía
hispánica.
BIBLIOGRAFÍA
- Fuller, J.F.C.: Batallas Decisivas
del Mundo Occidental. Ediciones
Ejército; 1979.
- Serrano, L.: España en Lepanto.
Editora Nacional, San Agustín, 5,
Madrid; 1971.■