Batalla de Lepanto es un lienzo de Antonio Brugada. Detalle de un soldado con la cabeza de Alí Pacha en la punta de la lanza.
afiladas, intentaban cortar los cabos
de los garfios lanzados por los asaltantes.
En los costados de las naves,
desde lo alto de los aparejos, la flota
cristiana arriaba redes para impedir el
acceso y, en esta ocasión, desde las
cofas, se lanzaba agua hirviendo sobre
los asaltantes.
Los heridos se retiraban al fondo de
la nave porque estorbaban e intimidaban
al resto. Los muertos eran rápidamente
arrojados al mar, para evitar
el desánimo que ocasionaba su presencia.
Se trataba, como es fácil imaginar,
de un combate tremendamente duro
y sangriento, donde se iban relevando
según caían y no daba lugar a descansos.
LOS TERCIOS EN LA BATALLA
Los principales relatores coinciden en
dar el mediodía como el inicio de la
batalla con el choque de las diferentes
escuadras y su finalización a las cinco
de la tarde. Cinco horas de intensa lucha
96 / Revista Ejército n.º 960 • abril 2021
con su cénit a las dos de la tarde,
al decidirse el combate principal entre
soldados de los tercios y los jenízaros
turcos de las dos naves capitanas, la
Real y la Sultana, con la muerte del
jefe de los musulmanes, Alí Bajá.
El combate entre ambos bajeles, de
una intensidad pocas veces vista, es
un buen ejemplo de lo que fue esta
gran batalla, con el innegable protagonismo
de los tercios, que conformaban
menos del diez por ciento del
total de la Fuerza pero que, como era
habitual, llevaron el esfuerzo principal.
Se buscaron ambas y, al identificarse,
se embistieron la una contra la otra.
Inicialmente, quedó la turca empotrada
por proa en la cristiana, lo que dio
ligera ventaja por su posición elevada
a los hombres de don Juan de Austria,
que, con los arcabuceros del tercio de
Lope de Figueroa, ubicado siempre
en el castillete de proa como lugar de
mayor riesgo, produjeron cientos de
muertos en las primeras andanadas.
(Museo Marítimo de Barcelona)
Como ambas naves capitanas llevaban
en sus costados y a retaguardia
otras galeras de apoyo, el combate
pronto se equilibró con la acción
de los arqueros turcos y el refuerzo,
en ambos bandos, por nuevos infantes
que por popa ganaban las naves
principales empotradas, engarfiadas
y unidas por sus puentes, constituyendo
un solo campo de batalla
donde se redimía un incesante e intenso
combate, sustituyéndose en el
acto el caído por otro a retaguardia.
En dos asaltos sucesivos los españoles
llegaron al palo mayor de la nave
capitana turca, pero fueron rechazados.
A las dos horas de dura y noble
lucha, entre soldados de los tercios y
jenízaros, con sus dos generalísimos
empuñando la espada, muchas veces
en primera línea, cuando la situación
reclamaba su ejemplo, una fuerte
acometida turca demandó la presencia
de la escuadra de reserva del marqués
de Santa Cruz, que metió 200
soldados españoles más a la Real
del tercio del maestre de campo Miguel
de Moncada, que fue a colocarse