puerta hacia el Mediterráneo oriental
estaba abierta, pero Felipe II, que
mantiene una actitud defensiva, decide
sofocar militarmente la insurrección
de los Países Bajos que estalla
en 1567, y envía al duque de Alba con
cuatro tercios de infantería (Nápoles,
Sicilia, Lombardía y Cerdeña), que se
trasladan desde Milán hasta Bruselas
por el llamado Camino Español. Esta
decisión hace bascular el centro de
gravedad del despliegue del poderoso
ejército de la monarquía hispánica
desde el Mediterráneo al mar del Norte,
lo que provoca los recelos de Francia,
Alemania y sobre todo de Inglaterra,
que se sienten amenazadas por
ese ejército estacionado en los Países
Bajos, y no sin razón, pues intervendrá
en Francia, en Renania y en los intentos
de invasión de Inglaterra.
La victoria de Gemmingen el 21 de julio
84 / Revista Ejército n.º 960 • abril 2021
de 1568 impuso una relativa tranquilidad
en Flandes, pero en la Península
estalla la rebelión de los moriscos
granadinos, que va a requerir toda la
atención de Felipe II, entre otras razones
por el peligro que suponía el posible
apoyo a los rebeldes por parte de
los turcos. Don Juan de Austria, comandante
en jefe del Ejército y conductor
de las operaciones, sofoca la
rebelión.
En 1570 parecían solucionados los
problemas que habían entorpecido
los planes de Felipe II en el Mediterráneo
y era posible reanudar la política
de cruzada contra el turco, que venía
mostrando una actitud ofensiva. La
conquista de Chipre, último bastión
de Venecia y de la cristiandad en el
Mediterráneo oriental, hizo comprender
la necesidad de pasar a la ofensiva
y de contener por todos los medios el
avance turco, acelerando la constitución
de la Santa Liga, que se formaliza
en la primavera de 1571. En palabras
del duque de Alba, «ha muchos años
que no se trata ya de cómo hemos de
ofender al turco, sino de cómo nos hemos
de defender dél» (Hernando Sánchez,
2013, 52).
Venecia quiere una liga ofensiva para
recuperar Chipre, clave en sus intereses
económicos, pero para España
los objetivos son Argel y Túnez, claves
para su seguridad.
La negativa de Francia y el abandonismo
del Imperio dejan a España
como gran potencia directora y se
nombra a don Juan de Austria comandante
en jefe de las fuerzas coligadas
de los Estados Pontificios,
la República de Venecia, la República
de Génova, la Orden de Malta
y el ducado de Saboya, además de
las españolas compuestas por la flota
de galeras y los tercios de Granada,
al mando de Lope de Figueroa,
de Nápoles, mandado por Pedro de
Padilla, de Sicilia, con su jefe Diego
Enríquez, y el Tercio de Moncada, todos
ellos, excepto el de Sicilia, procedentes
de la guerra de las Alpujarras,
al igual que don Juan de Austria
y su hombre de confianza, el catalán
comendador mayor de Castilla, don
Luis de Requesens (Mármol, 1797,
421; Albi, 1999, 314). Lógicamente,
estas unidades estaban avezadas en
el combate terrestre y cabe suponer
que recibirían algún tipo de instrucción
y adiestramiento, aprovechando
las travesías en barco, para capacitarlas
en el combate naval al que iban
destinadas. La aportación de España
fue sin duda la más importante pues,
además de lo dicho, prácticamente
costeó la mitad de la flota.
Cervantes califica la batalla de Lepanto
como la más alta ocasión de todos
los tiempos, incluidos los venideros,
porque en ella se desengañó el mundo
y todas las naciones del error en
que estaban, creyendo que los turcos
eran invencibles por el mar (Quijote I,
XXXIX). Quizás fue este el triunfo más
importante para la cristiandad. Lepanto
supone el fin de la hegemonía
naval otomana y la detención de
El Camino Español, ruta terrestre creada en el reinado de Felipe II para conseguir
llevar dinero y tropas españolas a la guerra en los Países Bajos