Sturmtruppen (Soldados de asalto alemanes – Primera Guerra Mundial)
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Otro ejemplo, que justifica por sí mismo
el título de la novela: «Quien conoce
las cantidades de proyectiles
arrojadas permanentemente contra
las trincheras, en bombardeos que a
veces duran semanas enteras, sabe
lo que esa férrea orden significa no
cavar en primera línea abrigos de más
de dos metros de profundidad. Pues
tener que aguantar el fuego en cuclillas
sin ninguna clase de protección,
ser bombardeado ininterrumpidamente
con proyectiles de tal calibre
que uno solo de ellos bastaría para
arrasar una aldea de medianas dimensiones,
tener como única distracción
la de contar maquinalmente,
medio enloquecido, el número de
proyectiles disparados, eso representa
una prueba tan dura que casi
alcanza los límites de la capacidad
humana».
Los soldados
de primera línea
estaban obligados
a convivir a
diario con unas
tempestades de
acero de un poder
destructivo nunca
antes visto en la
historia
Así de brutal es Tempestades de acero;
así de brutal fue la Primera Guerra
Mundial, al menos para los soldados
de primera línea, obligados a convivir
a diario con una violencia desatada,
con la muerte, en rigor, con unas
tempestades de acero de un poder
destructivo nunca antes visto en la
historia. Lo que, por otro lado, les iba
endureciendo y convirtiendo en unos
combatientes curtidos, peligrosos,
en «una estirpe de guerreros cada
vez más pura, cada vez más intrépida
». Sería esta estirpe la que llevaría
a cabo las ofensivas de primavera de
1918, en las que los alemanes tan
cerca estuvieron de romper el frente
aliado y, por tanto, de ganar la guerra.
Es esta ofensiva en la que el libro
vuelve a elevarse y volar más alto, ya
no solo como novela o testimonio,
sino como documento histórico de
primer orden para entender esa crucial
—y última— fase de la contienda
mundial.
La ofensiva de primavera —llamada
Michael o Kaiserschlacht4— fue el intento
de Erich Ludendorff de romper
el frente enemigo en marzo de 1918,
antes de la llegada masiva de las
fuerzas norteamericanas a Francia
(cerca de un millón de hombres bajo
el mando del general Pershing). Para
ello, Ludendorff abandonaba definitivamente
la idea de grandes concentraciones
artilleras y abogaba por
una cortina de fuego violenta pero
muy rápida previa a la infiltración de
las fuerzas de choque o de asalto:
elementos tipos sección (o compañía
a lo máximo) actuando en orden
abierto y con órdenes de no detenerse
en las trincheras de primera línea,
sino de profundizar lo más posible
en el frente enemigo para causar el
caos en su retaguardia. Unas tropas
que estarían formadas por veteranos
como Ernst Jünger, que conocían