como verdaderos padres con sus
subordinados en los momentos que
consideraron necesario. En este aspecto
jugaron un papel importante
los tres franciscanos, los padres
Gómez-Carreño, López y Minaya,
que sirvieron de apoyo espiritual a los
sitiados además de asistir en el cuidado
de los enfermos y en la preparación
para la partida a los agónicos.
Otra aportación providencial fueron
los 60 cavanes de palay —unos
4500 kilos de arroz sin pelar— comprados
por el padre Gómez-Carreño
días antes del comienzo de las hostilidades
y cedidos desinteresadamente
tras su fallecimiento por los padres
López y Minaya para sustento del
grupo.
Entre los militares no integrantes
del destacamento se encontraba el
capitán Enrique de las Morenas. A
él debemos la impronta que marcó
la actuación de los defensores. Comandante
58 / Revista Ejército n.º 938 • junio 2019
político-militar del distrito
de El Príncipe, sus ocupaciones
se centraban substancialmente en
el plano político, aunque al iniciarse
el cerco le correspondería hacerse
cargo del mando la defensa —no
confundir con el mando del destacamento,
que continuó estando en
manos de Alonso—. Su participación
en el levantamiento del asedio
de la localidad ilerdense de la Seo
de Urgel durante la III Guerra Carlista
le hacía sabedor de que una
posición sitiada tarde o temprano
siempre termina por recibir refuerzos.
Contando con agua, víveres,
municiones y un lugar que permitía
la defensa, debían continuar cumpliendo
con las órdenes que les habían
llegado a Baler.
Los otros dos militares no subordinados
al destacamento eran el teniente
médico provisional Rogelio Vigil de
Quiñones y el sanitario Bernardino
Sánchez Caínzos, pertenecientes ambos
a la 4.ª Brigada de Sanidad Militar.
Creada en 1869, la Brigada Sanitaria
de Filipinas se enfrentaba tanto a las
heridas accidentales y propias del
combate como a las enfermedades
tropicales, causantes de más del 90 %
de las bajas en campaña: paludismo,
catarro intestinal, disentería y beriberi.
Era excepcional que un destacamento
de tan poca entidad contase con asistencia
sanitaria. Su misión distaba de
ser la asistencia de la guarnición sino
la creación de una enfermería para la
recepción, tratamiento y recuperación
de enfermos y convalecientes.
Vigil era uno de esos médicos civiles
ingresado en filas tras el comienzo
de la insurrección con el fin de
incrementar la insuficiente plantilla
de facultativos militares. Resultando
más sencillo convertir un médico en
militar que un militar en médico, no
fueron pocos los facultativos civiles
que ingresaron en filas para ocupar los
puestos ofertados. Para hacernos una
idea de la carencia de personal médico
en Filipinas, en agosto de 1896
únicamente 55 médicos componían
la totalidad de la plantilla. En abril
de 1898 —momento de la ruptura de
hostilidades con Estados Unidos— se
contabilizaban 131 doctores, 51 de
los cuales eran provisionales. Los
conocimientos adquiridos en sus
once años como médico rural en la
Alpujarra le sirvieron para utilizar
métodos de curación tan imaginativos
como aprovechar las propiedades
hemostáticas de las telas de araña
para la cura de los heridos.
CONCLUSIONES
El exceso de información y confianza
de unos y el total desconocimiento
de lo acontecido más allá de los muros
de la iglesia de los otros permitió
el inicio de un episodio singular. La
información constituye un factor estratégico
decisivo para el resultado
de cualquier batalla. Conscientes de
ello, los españoles, desconocedores
incluso del número de enemigos y
manteniendo intactas sus esperanzas
de auxilio, evitaron proporcionar
Rogelio Vigil de Quiñones