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tiradores. Las paredes de la sacristía
que eran de madera se reforzaron
con cajones de arena y tablones. Así
mismo el coro fue parapetado y se
abrieron varias troneras construidas
con suma maestría en el baptisterio
—que posteriormente haría las veces
de calabozo— y en los muros del patio
colindantes al corral.
En el exterior de la iglesia había dos
trincheras, una que comunicaba entre
sí las puertas de la iglesia y otra
en el lado oeste que defendía las paredes
de madera de la sacristía. La
combinación de la fortificación interior
y el sistema de trincheras en el
perímetro exterior convirtió la iglesia
en una fortaleza inexpugnable. Así, la
única manera de acceder al templo
pasaba por dos pequeñas aperturas
practicadas a forma de madriguera
—una en la puerta este y otra en la
pared de madera reforzada anexa a
la trinchera oeste— o por los pequeños
tragaluces de la parte superior
de las ventanas. En ambos casos un
único atacante tendría la posibilidad
de efectuar la entrada, encontrando
la muerte por bayonetazos antes de
conseguir su objetivo. El mismo cuerpo
del atacante sería un obstáculo
para los siguientes, haciendo inviable
el intento. El enemigo estaba al corriente
de ello y aunque intentó prender
fuego a la iglesia e incluso planeó
dinamitarla, rehusó la toma cuerpo a
cuerpo.
Únicamente
se lamentaron
dos fallecidos
por arma de
fuego debido
a la magnífica
preparación
defensiva
Prueba de la magnífica preparación
defensiva es el hecho de que en los
constantes combates únicamente se
lamentaron dos fallecidos por arma
de fuego, constituyendo otra de las
claves decisivas para entender la resistencia.
El inicio de la Guerra Filipino–estadounidense
y la consiguiente necesidad
de armamento hizo más
interesante, si cabe, para los filipinos
la toma de la posición en búsqueda
de la requisa de un buen número de
modernos Maüser y una no menos
atractiva cantidad de municiones.
Sin embargo, el continuo movimiento
de tropas y cambios de mando en
las filas sitiadoras provocados por la
nueva campaña les restó efectividad
y sin duda benefició a los defensores.
EL FACTOR HUMANO
Es error frecuente englobar a la totalidad
de los héroes de Baler bajo la misma
denominación de «destacamento
de Baler», obviando que, además del
contingente perteneciente al Batallón
de Cazadores Expedicionario
n.° 2 que formalmente lo componía,
tomaron parte en la defensa varios
militares no integrantes del mismo
y tres religiosos franciscanos —dos
de los cuales, a pesar de sobrevivir,
curiosamente ignorados— porque, y
aunque nos cuente creerlo, los afamados
33 supervivientes del sitio de
Baler fueron, en realidad, 35. La variedad
que presentan los 56 sitiados
enriqueció con mayores recursos una
empresa para la que cada cual aportó
sus mejores cualidades en pos de un
fin común.
El destacamento de Baler estaba
compuesto por el oficial al mando
2.º teniente de Infantería Juan Alonso
Zayas —curiosamente perteneciente
al Batallón n.° 8—, el de mismo
empleo Saturnino Martin Cerezo y
50 soldados. No todos sufrieron el
asedio, ya que dos de los soldados
desertaron antes de su inicio. Se daba
la circunstancia de que 13 de aquellos
soldados eran supervivientes de
dos asedios previos mantenidos en
aquella misma posición durante la insurgencia3,
por lo que contaban con
la experiencia de conocer tanto el
terreno como los usos y costumbres
del enemigo.
De origen andaluz,
balear, canario
cántabro,
castellano, catalán,
extremeño,
gallego, manchego,
murciano, madrileño, navarro, valenciano;
estos soldados representan
ampliamente la sociedad española
de la época. Al menos 16 eran voluntarios.
Con anterioridad a su entrada
en el servicio ejercían profesiones tan
variadas como la de campesino, cantero,
cerrajero, cocinero, encargado
de tienda, herrero, médico, jornalero,
panadero, sastre, sirviente, sombrerero,
zapatero, entre otras. También
había algún hijo de propietario que
decidió no redimirse económicamente
del servicio y servir a su patria en
momentos de máxima necesidad.
Contaban en su mayoría con amplia
participación en hechos de armas,
dándose el caso de encontrar quien
lucía sobre su pecho 5 cruces de plata
al mérito militar con distintivo rojo.
A sus conocimientos militares se sumaba
la destreza en sus oficios, lo
que aportó una ventaja reseñable a la
hora de aliviar las fatigas del asedio.
Sus edades abarcaban desde los
39 años de los soldados Sanz Beramendi
y Planas Basagaña a los 17 del
soldado Pérez Leal. Como dato inédito,
podemos aseverar que el más joven
del destacamento falseó su fecha
de nacimiento en el momento de realizar
su entrada en filas como voluntario.
Lejos de cumplir los 23 años que
muestra su hoja de servicio en el momento
del alistamiento, contaba con
16 años y 10 meses, comenzando el
asedio a la edad de 17 años y 11 meses.
La avanzada edad de unos aportó
experiencia, no constituyendo obstáculo
alguno la considerable juventud
de otros para afrontar el asedio con
abnegación y pundonor. Cumplieron
con fervor y nobleza su compromiso,
valiéndose de un inconmensurable
sentido del deber, afán de superación
y espíritu de sacrificio. Un modelo de
fidelidad, camaradería y patriotismo.
Los momentos de flaqueza se superaron
gracias a la firmeza de unos oficiales
que supieron mantener en todo
momento la disciplina y cohesión del
grupo y que, como atestigua la posterior
correspondencia de varios de
los supervivientes, se comportaron