Capilla del Acuartelamiento San Cristóbal
Cuentan que, cuando Gordiano III (el piadoso)
llegó a Oriente, al frente de las invencibles legiones
romanas, le salió al encuentro Relicto y le
dijo: Yo, señor, busco al mayor rey de la tierra, al
rey más afamado y poderoso; y no le busco por
intereses bastardos de riquezas o hacienda, sino
por la noble codicia de la honra y de la fama;
que mis prendas, mi valor y mi gigantesca estatura
no son para servir a reyes pequeños, sino para
emplearse en servicio del mayor rey del mundo.
Gustó al emperador la manera de razonar y entró
a su servicio como ofi cial del ejército romano.
Un día descubrió que el emperador tenía miedo…
de Satanás. Entonces, Relicto se dijo que
debía obedecer a Satán cuyo poder hacía palidecer
al emperador. Obedeciendo a su conciencia,
sirvió a Lucifer hasta que un día, cuando
iba con el ejército por un camino, el jefe de su
unidad mandó desviarse para no tener que pasar
junto a una cruz que había clavada. Relicto
preguntó y le dijeron que el hombre que había
muerto en la cruz había resucitado y tenía poderes
sobrenaturales. Relicto se dijo que, si el ejército
romano temía a ese hombre más que a Satán,
ese hombre tenía que ser el hombre más poderoso
del mundo.
Deambulando a caballo por los caminos, se
encontró con un viejo ermitaño. Entablando conversación,
Relicto prendado de sus palabras se
quedó con él. El anacoreta le enseñó a conocer
y servir al señor todopoderoso y sobre todo
a imitar sus ejemplos y hacer el bien a sus prójimos.
Relicto dispuesto a seguir sus enseñanzas le
preguntó cómo podría servir al crucifi cado. Este
le indicó que cerca de allí había un lugar en el
que un camino cruzaba un torrente de agua, por
lo que muchas personas tenían difi cultades para
cruzar; esa sería la forma de servir al Señor. Este
ermitaño le instruyó en la fe y en los caminos que
conducen a Dios.
En pocos días levantó una choza muy cerca
de la orilla y durante mucho tiempo el corpulento
Relicto ayudó a las personas que querían cruzar
el río. Un día, sin embargo, estuvo a punto de perecer
ahogado al llevar sobre sus espaldas a un
niño. No podía con el peso… después de cruzarle
con muchísimo esfuerzo Relicto le preguntó por
qué pesaba tanto.
No te admires de que, siendo tan niño, te haya
abrumado. El mundo entero reposa sobre mí, has
encontrado al Rey que hizo el mundo y mantiene
el cosmos; me has servido cuando ayudabas a
los pobres a pasar el río. Has sido y seguirás siendo
el “Portador de Cristo”. ¿Desde ese momento,
Relicto cambió su nombre por el de Cristóforo o
Cristóbal “portador de Cristo”. Cuando se quiso
dar cuenta, el niño había desaparecido ¿habría
sido un sueño o quizá una alucinación? Y ciertamente
no lo era. Allí estaba el testimonio de la
verdad, porque el niño Jesús, antes de esfumarse,
le dijo que clavase su bastón en el suelo y allí permanecía
aquella estaca, reseca y manoseada,
convertida en graciosa y esbelta palmera.
Relicto lleno de júbilo y rebosante de dicha,
consagró su vida a transportar a sus semejantes
a la otra orilla sobre sus hombros sin preguntar a
quien portaba.
Se dirigió a Antioquía capital de Siria y ciudad
tumultuosa donde se presentó ante Babilas obispo
de Antioquía quien lo atendió con enorme
amabilidad y escuchó pacientemente el relato
de su vida. Babilas lo bautizó tras comprobar su fe
44 Armas y Cuerpos Nº extraordinario 2020 ISSN 2445-0359