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>> Pasado, Presente y Futuro
Ciertamente, todos conocemos el signifi cado de las palabras que componen
este lema legionario: Cien años de valor, el valor de cien años. Es más, todas
ellas forman parte del vocabulario activo de cualquier hispanohablante. Entonces,
¿dónde radica la difi cultad de comprensión a que me refi ero y qué mecanismos
apartan la lengua de este lema del español que usamos a diario y en las
circunstancias más diversas? En defi nitiva, ¿qué es lo que le confi ere la calidad
más concretamente en dos recursos retóricos: uno, el equívoco, forma parte de
las fi guras de pensamiento; otro, el quiasmo, es una fi gura de dicción.
El equívoco consiste en un juego de conceptos que aprovecha los distintos
signifi cados que puede tener una misma palabra. En este caso, se juega con la
voz valor, de la que el Diccionario de la Real Academia Española da trece acepciones
que indudablemente tiene? La clave, como paso a explicar, está en la retórica,
diferentes. En la cita inicial, a valor le corresponde la acepción octava:
«Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas
y a arrostrar los peligros»; en cambio, en la segunda ocasión, el signifi cado que
se da a valor nos remite, al mismo tiempo, a las acepciones primera, segunda
y, sobre todo, décima del citado diccionario. En concreto, en la última leemos:
«Cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son
estimables». Antes de ocuparnos del quiasmo, nombre que damos a una simetría
cruzada, es preciso distinguir entre orden natural y orden artifi cial.
sime-
El orden lógico o natural es el que adoptan las palabras en el español común
o hablado; en cambio, el orden artifi cial es una potestad o libertad del español
literario y tiene su máxima expresión en el hipérbaton. Aunque lo mismo puede
darse en prosa que en verso, el hipérbaton es más frecuente en poesía y caracteriza
géneros como la copla de arte mayor del Medievo y la octava real del
Renacimiento y Barroco. En casos extremos, el hipérbaton no sólo oscurece
los textos, sino que los vuelve impenetrables. Algunos de los pasajes más enrevesados
de nuestra poesía se deben, precisamente, al recurso al hipérbaton,
lo que ocurre en las coplas del Laberinto de Fortuna (1444) de Juan de Mena y
en las octavas de la Fábula de Polifemo y Galatea (1612) de Luis de Góngora.
El quiasmo atenta igualmente contra el orden natural del español común o hablado,
pero lo hace de forma opuesta al hipérbaton, ya que se sirve de una especie
de plantilla o corsé. Podemos verlo en el más célebre quiasmo de nuestra
historia literaria: el de Rubén Darío al retratar a Caupolicán, el toqui o héroe ma-
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