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Pasado, Presente y Futuro <<
puche que da título a un bello soneto de Azul (1888). Caupolicán aparece por vez
primera en La Araucana (1569) de Alonso de Ercilla, poema épico del que bebe
Rubén Darío, que enfatiza la robustez del personaje, que no precisa armadura. El
retrato del campeón amerindio se condensa en un solo verso en forma de quiasmo:
«por casco, sus cabellos; su pecho, por coraza».
Como vemos, la construcción en quiasmo adopta la forma ABBA, en lugar de la
anafórica ABAB. Por otra parte, comprobamos que, igual que ocurre en el lema legionario,
todo queda en una oración nominal pura, carente de nexos verbales. Seguramente,
se trata de una mera coincidencia, aunque no descarto un hipotético
infl ujo —que ni siquiera tendría que ser necesariamente directo o consciente— del
vate nicaragüense sobre el inspirado autor del lema del Centenario de La Legión.
En ese sentido, importa mucho que el soneto de Rubén Darío y nuestro lema
legionario se muevan a impulsos de un «élan» o estímulo de naturaleza heroica.
El lema del Centenario de La Legión coincide con el verso rubeniano en un aspecto
más: si echan cuentas, verán que en ambos casos tenemos un verso alejandrino,
es decir un verso de 14 sílabas, como el usado por la cuaderna vía medieval,
que siglos más tarde sería recuperado por la poesía modernista. Una característica
que conviene resaltar en este verso es su pausa central, que resulta de un corte
o cesura que lo divide en dos hemistiquios o mitades. De ese modo, el alejandrino
puede responder a la fórmula silábica 14, pero más justamente a 7 + 7; además,
si damos, como cabe, un tratamiento métrico independiente a cada uno de los
hemistiquios, podemos llegar a una fórmula 7 6 + 1 + 7, que es, precisamente, la
de nuestro lema. Como el primer hemistiquio acaba en una palabra aguda (valor),
debemos sumarle una sílaba más, con arreglo a la norma de la métrica española.
Por su brevedad y densidad, el lema o mote es el compañero ideal para las empresas,
divisas o imágenes de los escudos de armas. Ambos elementos se funden
en uno solo en el logotipo o logo de nuestros días, que en el pasado se llamó
—y, en mi opinión, no hace falta cambiarle el nombre— emblema. El escogido
para nuestra efeméride es obra de Elena Cruz López, admiradora de La Legión,
legionaria de corazón y miembro de la gran familia legionaria. Con su apuesta por
una solución sencilla, da en el gusto incluso a los más exigentes, entre ellos los
miembros del jurado que valoró su trabajo en concurrencia competitiva entre un
total de 126 propuestas. Aunque nada más diré al respecto, les confi eso —y con
ello acabo— que me encanta.
551 · II-2020 79 La Legión