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INTRODUCCIÓN
SOBRE LA CAMPAÑA DE
MELILLA DE 1921
José Miguel de los Santos Granados
General de División Comandante General de Melilla
Hace cien años, miles de soldados
españoles combatían en tierras africanas
en la denominada «Guerra de
África». Este conflicto tenía como
objetivo principal someter bajo la
autoridad del Sultán de Marruecos
a las cabilas rebeldes del norte de
África, de acuerdo con los compromisos
adquiridos por España en la
Conferencia de Algeciras de 1906,
y en el tratado del Protectorado de
Marruecos de 1912.
En 1921, se desarrollan un número
importante de acciones por parte de
las fuerzas españolas para afianzar
dicha autoridad, ocupando una serie
de posiciones que garantizaran
el dominio del terreno y la sumisión
de los rebeldes. Es lo que constituye
la Campaña de 1921 de Melilla
que, lamentablemente ha pasado a
la historia como «el Desastre de Annual
», denominación desafortunada
que se centra en un episodio de la
misma, en lugar de en su conjunto.
Es indiscutible que la pérdida de
más de diez mil vidas es un hecho
luctuoso, pero sería injusto limitar el
alcance de esta campaña a la retirada
de Annual, y posterior rendición y
masacre de nuestras tropas en Monte
Arruit, pues a finales de 1921 se
había recuperado una parte importante
del terreno y posiciones cedidos
en dicha retirada. Por otro lado,
no parecería razonable conmemorar
una derrota tan importante y cruenta
como la que deja entrever dicha
denominación. Por el contrario, de
hecho, esta campaña constituye el
inicio de la fase final de la guerra,
prolongándose hasta el desembarco
de Alhucemas, en 1925, que lleva
a la pacificación definitiva en 1927.
Además, a lo largo de la misma, se
produjeron multitud de hechos heroicos,
unos reconocidos y otros
anónimos, que no pueden ser condenados
al olvido simplemente porque
se ha instaurado en la memoria
colectiva la denominación «Desastre
de Annual». Cuando aún se estaban
replegando con serias dificultades
nuestras fuerzas en esta zona,
con hazañas de entrega y heroísmo
extraordinarias, ya estaban desembarcando
en Melilla las tropas que,
provenientes de la península y de
Ceuta, constituirían el conocido
como «Socorro a Melilla», y que iniciarían,
prácticamente de inmediato,
el combate y la recuperación de
los territorios perdidos.
Las muestras de valor y entrega fueron
numerosísimas a lo largo de esta
campaña y son éstas, precisamente,
las que constituyen el auténtico valor
de la misma, y las que la hacen
digna de conmemoración.
Pero la trascendencia de la Campaña
de Melilla de 1921 no se limita al
ámbito militar, sino que se extiende
a los entornos político, social y cultural.
Al igual que las causas de su
fase inicial –en la que se produce la
caída de determinadas posiciones
y la retirada de nuestras fuerzas–
no se pueden limitar a los aspectos
puramente militares, tampoco se
pueden reducir a dicho ámbito las
consecuencias de la misma.
Por este motivo, se ha querido hacer
partícipes en este número extraordinario
a entidades no militares de
la Ciudad de Melilla, pues la vida en
nuestra ciudad, e incluso su propia
existencia, se vieron condicionadas
por esta campaña y su resultado.
El objeto de este documento es doble:
Por un lado, se hace necesario realizar
una labor de divulgación de
los propios hechos históricos de
la campaña, desconocidos en muchos
ámbitos, tanto civiles, como
militares. Poco o nada se estudia
en relación con estos episodios de
nuestra historia y, cuando se hace,
es con un carácter clara e intencionadamente
negativo, ocultando, en
muchos casos, los verdaderos motivos,
circunstancias y resultados de
los mismos. El recuerdo y homenaje
a todos los héroes de esta parte de
nuestra historia es un deber ineludible.
Y por otro, tratar de arrojar luz sobre
los falsos mitos y prejuicios que se le
asocian, tales como que la guerra se
desarrolló contra Marruecos –cuando
en realidad fue todo lo contrario,
y su objetivo era, precisamente,
afianzar la autoridad de su Sultán–
o convertir en único responsable de
la tragedia al general Fernández Silvestre,
Comandante General de Melilla
de la época –del que no hay que