REVISTA EJÉRCITO
N.º 963 EXTRAORDINARIO JUNIO
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profundas más allá de las responsabilidades
personales de los ejecutantes.
Hay que recordar en este clima
la influencia de las juntas de defensa,
cuya actuación fue duramente
recriminada por Cabanellas tras la
reconquista de Zeluán. La izquierda
revolucionaria aprovecharía también
para culpar al rey Alfonso XIII de injerencias
en las operaciones, algo
que los historiadores no han podido
documentar. El papel del rey ha
sido juzgado muy duramente y se olvida
que, como recuerda el profesor
Seco Serrano, hizo lo indecible antes
y después de julio de 1921 para conseguir
gobiernos sólidos que diesen
a España la estabilidad política que
necesitaba.
A nivel social, durante el verano del
21 se produce un estallido patriótico
para vengar la derrota. Sin embargo,
es una reacción que dura poco
y que desfallece conforme el debate
se va centrando en la cuestión de
las responsabilidades. La búsqueda
de culpables -una reacción muy española
no llevó a analizar las causas
del desastre. En el plano social hay
que considerar el rechazo mayoritario
a un modelo injusto de servicio
militar. Aunque la Ley de Bases
de 1911 y la Ley de Servicio Militar
de 1912 habían suprimido la redención
en metálico, se mantenía el sistema
de cuota y un servicio militar
de tres años. Sender, Barea y otros
autores describirán con crudeza las
penurias que padecían los soldados
y la miseria de los acuartelamientos
en África. El imaginario denunciaba
la guerra y el papel de los militares. El
propio Sender recordaría años después
que sus novelas no pretendían
más que describir el heroísmo de un
ejército vencido y lo inadecuado de
la empresa que le había llevado a esa
derrota.
La situación a partir de 1921 no mejoró
al estar empeñados los españoles
en descuidar nuestro árbol. La dimisión
de Maura en marzo de 1922
está directamente ligada al conflicto
con las juntas de defensa, que, finalmente,
fueron disueltas. Entre enero
y septiembre de 1923 se producen
más de ochocientos atentados anarquistas.
En este clima se produce el
golpe de Primo de Rivera, acogido
con «casi universal aplauso», como
recuerda Julio Albi, pero que sería
la puntilla para que buena parte de
la clase política y de la intelectualidad
española se alejase de la persona
del rey por su supuesta implicación
en el golpe, nunca probada.
Su pretendida actitud intervencionista
en Marruecos había sido uno
de los elementos que más se había
utilizado para desprestigiarle desde
julio de 1921. Durante los debates
sobre las responsabilidades, Indalecio
Prieto, desde el Congreso, fue
especialmente beligerante y lideró
una agresiva campaña de acoso
y derribo contra el rey y el régimen.
Algunos intelectuales entraron también
en el debate. Quizás Unamuno
fuera el más gráfico cuando reivindicó
que se había ocultado la tragedia
para salvar la monarquía.
No hay que enorgullecerse de aquel
julio de 1921, pero el derrumbe no
fue más que el reflejo de un momento
histórico convulso que, evidentemente,
afectaba también al Ejército,
el cual, como publicó La Vanguardia
esos días, es una organización que se
resiente más que otras por la falta de
ordenación de la vida pública.
La derrota, como se aseguró desde
los escaños socialistas en el Congreso,
representaba el fracaso de un
sistema que durante el debate de las
responsabilidades no supo extraer
conclusiones y se centró en una
campaña de acoso y derribo al rey y
al propio sistema.
Sus efectos incidieron sobre un régimen
que ya estaba en crisis por la falta
de entendimiento político para resolver
los problemas nacionales. La
solución de Primo de Rivera fue una
consecuencia directa que, a su vez,
llevaría a la caída de la monarquía,
reclamada por Ortega desde las páginas
de El Sol. Es precisamente Berenguer,
antiguo alto comisario, el
protagonista del artículo en el que el
insigne filósofo reclamaba «Delenda
est Monarchia».
La sombra de Annual contribuyó a la
caída de un árbol derribado por todos.
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