cual los gobernantes dudan del apoyo
de la población a las operaciones con
elevadas pérdidas humanas. Sin embargo,
aunque el apoyo popular doméstico
es fundamental para el éxito
de las operaciones, existen más motivos
para preservar la fuerza.
En términos económicos, por ejemplo,
el malgasto de personal y material
valioso, escaso y de difícil reposición
es una muy mala praxis. Además,
la actual reducción generalizada de
efectivos ha coincidido con un importante
incremento de los compromisos
asumidos por la comunidad internacional.
En estas circunstancias,
la mayoría de las fuerzas armadas occidentales
se encuentran sobrecomprometidas
o, visto a la inversa, los
ejércitos están infradimensionados.
Esta situación se complica por la tendencia
de los conflictos a perdurar,
de manera que los nuevos compromisos
de seguridad se superponen
a los anteriores, como se ha visto en
la secuencia de operaciones inacabadas
en Irak, Balcanes, Afganistán,
Somalia, Siria…
Todo esto nos muestra que el riesgo
asumible en combate es una cuestión
militar condicionada por aspectos éticos,
sociales, políticos y económicos,
pero también por el desarrollo tecnológico
10 / Revista Ejército n.º 948 • abril 2020
de los sistemas de armas
autónomos. Los avances en robótica,
inteligencia artificial y comunicaciones
anuncian un futuro en el que,
con mayor o menor frecuencia, la
máquina sustituirá al hombre como
combatiente, lo que disminuirá considerablemente
el riesgo de pérdida
de vidas humanas de quien tenga la
ventaja tecnológica. En este escenario,
y teniendo en cuenta que económicamente
no es asumible la pérdida
de efectivos y que una confrontación
con bajas propias tendría escaso apoyo
popular, únicamente podrían aducirse
razones éticas para limitar el uso
de los AWS en una guerra justa. Si
hasta ahora hemos limitado el riesgo
en las operaciones (los ejemplos son
innumerables), el desarrollo de AWS
solo debería cuestionarse en razón de
la teórica falta de control humano.
CONCLUSIÓN: CONTROL
HUMANO
Partiendo de la premisa bienintencionada
de que ningún gobierno democrático
se involucraría en una guerra
injusta, no parece ético renunciar a
la ventaja tecnológica a costa de incrementar
el riesgo para las vidas de
los soldados. De la misma forma y
por motivos similares a los del ámbito
laboral, el uso de la tecnología
más avanzada provocará un inevitable
proceso de automatización de los
conflictos armados. La misma tecnología
que abarata costes de producción,
dispara la productividad y mejora
la seguridad laboral aumentará la
protección del combatiente e incluso
lo sustituirá en muchas ocasiones, lo
que provocará un gran ahorro en recursos
humanos críticos y la disminución
del riesgo. Ninguna nación
renunciaría voluntariamente a aplicar
la tecnología de doble uso disponible
para mejorar las capacidades logísticas,
de inteligencia, de dirección
y, por supuesto, de combate de sus
fuerzas armadas. Así, la corrección
política en este caso se sitúa más en la
preservación de las vidas de nuestros
soldados que en la prohibición del uso
de robots militares.
La principal reticencia al empleo de
sistemas de armas autónomos y robóticos
es la falta de control humano
sobre las acciones de ataque, para
lo que se plantean las opciones de
prohibir o regular. La prohibición es
poco realista porque se trata de tecnologías
potencialmente asequibles y
porque no se podrá evitar una carrera
Vehículo de superficie autónomo y por control remoto patrulla durante el experimento Trident Warrior 2011