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actividad al día siguiente. Bernal Díaz
del Castillo narra que había letrinas
públicas, con encargados de limpiarlas
constantemente, y que estos residuos
se almacenaban a las fueras de
Tenochtitlán para su reciclaje.
La higiene en la ciudad era un punto
importante, ya que Tenochtitlán contaba
con una gran población. Se calcula
que en 1519 había unos 250 000
habitantes, cifra extraordinaria si la
comparamos con las ciudades europeas
más pobladas en la misma época
(Nápoles, Constantinopla, París,
Venecia o Milán), que con dificultad
llegaban a los 100 000 habitantes.
Con una población tan numerosa los
aspectos sanitarios eran fundamentales
para preservar la salud de los habitantes
y en ese sentido Tenochtitlán
volvió a sorprender a los españoles,
que comprobaron la calidad y variedad
de sus médicos. Tenían un extraordinario
conocimiento de la anatomía humana,
que combinaban con un gran
saber sobre plantas medicinales. Con
ellas elaboraban anestésicos, analgésicos,
coagulantes, antiofídicos, antipiréticos,
antieméticos y un largo etcétera
que proporcionaban bienestar
a los pacientes, que junto a una buena
y variada alimentación y una ciudad
limpia garantizaban la longevidad de
los habitantes. A pesar de estos cuidados,
la muerte sobrevenía por muy
variados motivos y la religión venía a
solucionar esta parte incierta del destino
de los fallecidos.
LA RELIGIÓN
Los aztecas eran politeístas y animistas,
con un inagotable panteón de
dioses que habitaban en los diferentes
planos en los que el mundo estaba
dividido. Había 13 cielos superiores y
9 inferiores, y en el centro vivían todos
los seres creados por ellos, sin que el
inframundo tuviera una connotación
peyorativa, simplemente era otro lugar
donde habitaban los dioses nocturnos
y a donde iban la mayoría de
los muertos, porque entre los aztecas
el destino de ultratumba no dependía
de cómo se hubieran portado en esta
vida (para castigar las acciones delictivas
o las transgresiones sociales ya
estaban las leyes) sino de la forma en
la que te ibas de ella.
La mayoría de los aztecas iban al
Mictlan, porque morían de enfermedad
o vejez. Quienes lo hacían ahogados
o fulminados por un rayo iban al
Tlalocan. Los guerreros y las mujeres
que morían en la batalla y en el parto
compartían un destino especial y privilegiado,
la Casa del Sol, y finalmente,
los bebes y los niños que fallecían
sin haber comido maíz regresaban al
Chichihuaquauhco, el lugar del árbol
nodriza. Este árbol portentoso, en lugar
de hojas tenía pechos que amamantaban
a los bebes hasta que los
dioses los volvían a colocar en el vientre
de sus futuras madres.
Aunque en los hogares las mujeres se
encargaban de la educación de sus
hijos, el Estado tenía un buen sistema
de enseñanza. Para los nobles había
Tlameme o cargador en Chichicastenango