casas y los árboles arriba, es bastante entretenido». Apunta al pie
de página que las acrobacias se las «propinó en Getafe el magnífico
piloto capitán José Bermúdez Reina. Un hombre encantador».
Iniciada ya la novela, leemos el siguiente diálogo, en el que Zambombo
asiste a la conversación entre dos señoras: «—¿Un amante,
oficial de Aviación? ¡Qué vulgaridad! Si al menos hubiese sido soldado…—
¿Qué quieres? A falta de soldados, buenos son los oficiales…
—¿Y te quería mucho el oficial? ¿Era cariñoso? ¿Era amante? —¡Ah,
no! —suspiró la otra—. La costumbre es la peor enemiga del amor. El
oficial no era amante precisamente porque era el amante oficial».
En Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? el infalible don
Juan, con la mente trastornada por los últimos acontecimientos, rechaza
a varias amantes: «Germaine, la más humilde y más niña de todas,
apoyó la cabeza en su hombro mirando al cielo, y susurró, como
la noche en que se le había entregado: —Explícame las estrellas, mon
chéri… Y él contestó con aire de antiguo miliciano: —Una sobre la bocamanga,
alférez: dos, teniente; tres, capitán. Una en la bocamanga,
comandante; dos, teniente coronel; tres, coronel… Y Germaine se retiró
a sus habitaciones, llorando en silencio». En esta línea de encuentros
amorosos que inundan sus escritos, tiene lugar en ¡Espérame en
Siberia, vida mía! el de Palmera y Mario, de noche: «Después se sentó
al lado de la cabeza del muchacho para verle más de cerca, prurito
que también sienten los capitanes de fragata al descubrir una costa
tropical».
Enrique Jardiel Poncela hacía gala de una proverbial capacidad
para escribir en verso, como se observa en Angelina o el honor de un
brigadier, que fue llevada por él mismo al cine durante su segunda estancia
en Hollywood. Al inicio de la comedia, se presenta el brigadier:
«Yo me llamo don Marcial, / y hoy solo soy brigadier, / pero seré general
/ en cuanto logre ascender, / pues eso es lo natural. / De grandes hechos
añejos / he sido actor y testigo: / don Juan Prim me llamó amigo
/ después de Los Castillejos; / pertenecí a la Asamblea / de Cortes
Constituyentes / y formé entre los valientes / en el puente de Alcolea. /
Y aunque el respeto a mi fama / me figuro merecer, / como se verá en
el drama, / me la pega mi mujer».
La chispa de la originalidad se enciende en cada instante en la obra
de Enrique Jardiel Poncela, generando un placer insuperable. El deleite
intelectual que provocan la ironía sutil, los planteamientos inverosímiles
y el ingenio desbordante se combina con un atávico impulso a reír y
a saborear un zarandeo que ha excitado la parte más noble del ser.
En la historia segunda, de las Nueve historias contadas por un mudo,
leemos: «El soldado, agitado por la emoción, se apresuró a sacar un
pitillo y hecho un barullo, junto con el fusil, se lo presentó a su príncipe,
el cual, por fortuna, no se equivocó y lo que se fumó no fue el fusil,
sino el pitillo».
Enrique Jardiel Poncela es uno de los padres ilustres del humorismo,
renovador del teatro patrio y sabedor de las limitaciones de la mayoría
de seres humanos a la hora de comprender su particular actitud
ante la vida. En su discurso de ingreso en la Real Academia Española,
titulado La otra generación del 27, leído el 5 de junio de 1983, su amigo
desde la infancia José López Rubio, realiza la siguiente invitación:
«Para conocer al más completo Jardiel Poncela no hay que consultar
con sus biógrafos, ni siquiera consultarme a mí, que conviví tanto con
él en España y en Norteamérica. Para estar al tanto de sus ideas, de
sus amores, de sus admiraciones, de sus odios, de sus desprecios, de
sus amistades y, por otra parte, de su estética, su apurado concepto
del teatro; el plan y el análisis de sus obras; sus idas y venidas en los
treinta años mal contados de su existencia intensiva, en todos los sentidos,
no hay como sorberse los prólogos de las ediciones de sus comedias.
Allí está el Jardiel entero, insobornable, eufórico o exasperado,
certero, lúcido, cordial y también rencoroso, implacable, demoledor».
Poncela en la Red de Bibliotecas de Defensa
LAS bibliotecas del Ministerio de Defensa
suman entre sus diferentes
centros más de cuatro decenas de
ejemplares de Enrique Jardiel Poncela de
acuerdo con su Catálogo Colectivo (www.
bibliodef.es). Estos centros, que dan apoyo
al estudio y la investigación, también
ofrecen a los usuarios lecturas para el
tiempo de ocio, distraer la mente y, en el
caso de la obra de Poncela, hasta esbozar
una sonrisa.
Entre esos libros, el más veterano se
conserva en la Biblioteca Histórico Militar
de Melilla y data de 1939. Su título es Tres
comedias y un solo ensayo.
La Red de Bibliotecas de Defensa
conserva, asimismo, ediciones de los
años cuarenta; además de publicaciones
de las décadas siguientes y, también, de
años más cercanos. Algunos de los títulos
de esos ejemplares son: ¡Espérame en
Siberia, vida mía!, Amor se escribe sin hache,
Angelina o el honor de un brigadier,
Eloísa está debajo de un almendro y Cuatro
corazones con freno y marcha atrás.
Esta última se estrenó el 2 de mayo de
1936 en el teatro Infanta Isabel (Madrid) y
su primer nombre fue Morirse es un error.
Con posterioridad, fue llevada al cine y la
televisión.
Febrero 2022 Revista Española de Defensa 63