A
mis
cadetes
Después de los cinco años pasados como cadete en esta Academia, nunca imaginé que mi vida
militar acabaría en el mismo lugar donde comenzó, en la General, y mucho menos como Director de
la Cátedra Miguel de Cervantes de las Armas y de las Letras y, por lo tanto, de esta Revista. En este
momento en que ya se percibe con claridad que esta “vida” se acaba, la emoción y sentimientos que
afl oran es lo que me anima a escribir estas palabras en la esperanza de que algo de la experiencia
de este ya no tan joven soldado pueda ser de utilidad para los mucho más jóvenes que se encuentran
en esta Academia y que pronto iniciarán su andadura profesional en las unidades de nuestro querido
Ejército.
En estos momentos vienen a mi memoria multitud
de recuerdos relacionados con la milicia.
Desde aquel lejano momento en que pasó por mi
cabeza dedicarme a ésta, como en su célebre
verso dijo Calderón: “religión de hombres honrados”,
hasta ahora, pasando por incontables experiencias,
y lo que es más importante, por multitud
de personas que los largos años transcurridos
me han permitido conocer.
Y es en esta mirada atrás cuando me resulta
inevitable no hacer balance del camino recorrido,
y debo de reconocer que este balance es
enormemente positivo. Por supuesto ha habido
ocasiones felices y otras que no lo han sido tanto,
ha habido situaciones placenteras y otras duras,
y estoy seguro que si pudiese volver a empezar
habría cosas, probablemente muchas, que haría
de otra manera, pero lo que no haría sería elegir
otra profesión, otro modo de vida distinto a éste.
En estas páginas me gustaría plasmar algunos
de mis recuerdos, de mis experiencias, en la humilde
esperanza de que de alguno de ellos, los
más jóvenes, aquellos que constituyen nuestro
futuro y el de nuestro ejército, puedan extraer alguna
enseñanza.
Cuando escucho hablar de lo duro que, para
los cadetes, es el actual plan de estudios, no
puedo dejar de compararlo con aquel sistema
de ingreso que vivimos siete promociones y entre
ellas la mía, la XXXVII, aquel curso selectivo, en el
que después de superada la selectividad, debías
presentarte a un examen previo de varios días
de duración. Quien lo superaba disfrutaba de un
animado verano en el campamento de Monte
la Reina, en el que sin experiencia alguna de la
milicia te encontrabas con 800 compañeros, muchos
de ellos repetidores, y donde el primer día te
entregaban un petate repleto de equipo, en el
Miguel Á. Santamaría Villascuerna
Coronel de Ingenieros. Reserva
Diciembre - 2020 Armas y Cuerpos Nº 145 39