a quien no conoce y que tiene, muy probablemente,
sentimientos muy similares a los suyos. Así
fue en la llamada «guerra galana» y así seguirá
siendo mientras la guerra justa, la caballerosidad
y el respeto hacia el vencido sea enseñado en
las academias militares. Sólo así la milicia seguirá
siendo, como decía Calderón de la Barca, una
religión de hombres honrados.
Los militares no están permanentemente implicados
en operaciones militares, aunque sí están
siempre disponibles, y desean no tener que usar
sus conocimientos y sus procedimientos tácticos,
de la misma forma que un médico desea que
no haya enfermedades. No desean arriesgar sus
vidas, pero no rehúsan el sacrifi cio y buscan las
ocasiones de servir a su patria en el lugar de mayor
riesgo y fatiga, como rezan las viejas Ordenanzas
Comandante Rivera formando con el resto de mandos del Batallón en un acto en
el Patio de Armas de la AGM
Militares de España.
El sueño de cualquier hombre de armas tras
una vida de servicio, asumiendo riesgos, pero habiendo
disfrutado de una vida plena y dichosa,
sería abandonar este mundo rodeado de todo
aquello que ha amado, dejando, junto a un cadáver
envejecido pero espléndido, una limpia
hoja de servicios, sin deudas morales, sin nada de
que arrepentirse y con la íntima satisfacción del
deber cumplido. Y estoy seguro de que en ese
momento, cuando todo se haya apagado salvo
una luz al fi nal de un largo túnel, de fondo, tenue,
pero más viva que nunca, se escucharán los sones
vibrantes de una marcha legionaria, no sólo
por el militar que se va sino, sobre todo, por sus
compañeros, soldados de todos los tiempos y naciones
que se han mantenido fi rmes en sus creencias
y en el esfuerzo permanente por mantener su
patria segura y limpias sus espadas.
Artículo publicado en la Revista de Occidente, número 474, noviembre de 2020, pp 71-78
Diciembre - 2020 Armas y Cuerpos Nº 145 49