Acto de “Entrega de Sables”. 1986
una granada de mortero y nada se pudo hacer
por salvar su vida.
Poco después, otra sección española patrullaba,
como cada día, con sus vehículos blindados,
la ciudad de Mostar, esta vez en el lado croata.
El jefe de la sección, el teniente Jesús Aguilar Fernández,
sacaba su cabeza por la escotilla para
poder dirigir la operación cuando fue alcanzado
por disparos de un francotirador que acabaron
con su vida de forma inmediata.
Tanto Arturo como Jesús eran compañeros de
promoción y amigos del autor de este artículo.
La sensación es indescriptible. Un frio escalofrío
recorre la espalda. Los ojos dejan de producir
lágrimas. El subconsciente intenta engañarte haciéndote
creer que todo eso no ha sucedido de
verdad. La muerte se presenta sin avisar, y sabes
que el siguiente podrías ser tú. ¿Por qué no? En
cualquier instante. Se ha de tener la cabeza fría
y el corazón caliente para evitar que el miedo
aparezca y controlar las indeseables ansias de
venganza.
En esos momentos la mente busca explicaciones
y respuestas. Jesús y Arturo han muerto jóvenes.
Dos amigas, dos chicas de menos de 30 años
se quedan viudas. ¿Ha merecido la pena? ¿Existen
motivos verdaderamente importantes por los
que morir de esta forma?
Cuando se vive con intensidad y plenitud la
carrera de las armas y se es consciente de que
la misión es justa y que merece la pena correr el
riesgo, la respuesta a las preguntas es sí. Sin duda.
Escena tres. Kosovo 1999.
Se salva la vida a un anciano serbio.
Durante la primavera de 1999, la OTAN llevó a
cabo una operación de combate, fundamentalmente
aérea, sobre Serbia para doblegar la voluntad
del gobierno de ese país que todavía se
llamaba Yugoslavia. Tras los acuerdos de alto el
fuego, al comienzo del verano, las tropas terrestres
ocuparon la región de Kosovo. España despliega
nuevamente unidades de la Legión que se
hacen cargo de la comarca de Istok, al noroeste.
Los blindados penetran en una región fantasma,
deshabitada y humeante. Hay confusión y, junto
a las milicias kosovares y alguna familia albanesa
que ya han regresado de un breve exilio forzado,
hay ciudadanos serbios, especialmente ancianos,
que se niegan a abandonar la tierra en que
nacieron. Se percibe una tensión latente.
Durante una patrulla a pie, el autor de este artículo
llega al frente de sus hombres a una zona
aislada en el monte donde se sitúa una casa humilde,
casi una chabola, ante cuya puerta los
muebles destrozados se apilan en un montón de
astillas en cuya cúspide hay un anciano semidesnudo,
aturdido y aterrado ante dos cobardes milicianos
kosovares que le acaban de rociar con
gasolina dispuestos a quemar los humildes enseres
junto a su dueño.
La providencia quiso que nuestra presencia
salvara la vida de aquel pobre anciano de una
muerte cierta y especialmente cruel. Esta circunstancia
alargó la vida de aquel hombre a quien,
tras dejarlo en el hospital, no volvimos a ver, pero
sobre todo, dio un sentido pleno a las vidas de los
Diciembre - 2020 Armas y Cuerpos Nº 145 47