junto a Annual) una columna al mando
del comandante Villar, compuesta
por 1461 hombres y 485 cabezas de
ganado5, en dirección a Abarrán. El
objetivo era ocupar la colina por sorpresa
aprovechando la noche y establecer
allí una guarnición. La distancia
en línea recta apenas sobrepasaba
8 kilómetros, pero, dado lo abrupto y
escarpado del terreno, el trayecto casi
se duplicó. Aun así, poco antes del
amanecer los primeros soldados tomaban
la colina y comenzaban las tareas
de fortificación y aseguramiento
de la posición.
En dichas tareas se afanó también
nuestro protagonista, que tiene que
desplegar las cuatro piezas de artillería
a su mando, unos Schneider modelo
1908, de 70/16 mm, en el altozano
de Abarrán, de unos escasos
65 x 12 metros (780 m2).
Las labores de fortificación fueron un
tanto caóticas. Los sacos, que debían
contener la tierra para colocarlos de
parapeto, se encontraban rotos y raídos,
y apenas había piedras de mediano
y gran tamaño, lo que motivó
que su altura no fuese la óptima para
la defensa. Aproximadamente a las
10:00 horas de ese miércoles 1 de junio,
tras colocar en la cima 13 tiendas
cónicas para la tropa, la posición de
Abarrán quedó más o menos guarnecida.
Sobre las 11:00 horas, el comandante
Villar emprende el repliegue hacia Annual
con el grueso de la columna y las
caballerías, y quedan en la posición de
Abarrán unos 250 hombres (de ellos
200 indígenas) al mando del capitán
Salafranca, que además dirigía la
2.ª Compañía del 1.er Tabor de Regulares;
la 15 Mía6 de Regulares al mando
del capitán Huelva y 28 artilleros de la
1.ª Batería de Montaña al mando de
Flomesta.
A las 13:00 horas, el capitán Salafranca
comunica vía heliógrafo7 a Annual
que la posición estaba siendo rodeada
por grupos de cabileños. Al poco
comenzó a ser hostigada por esos rifeños,
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principalmente de las harcas
de Bocoya y Beni Urriaguel8, a través
de fuertes descargas de fusilería. El
capitán Huelva da las primeras órdenes
de combate a nuestro personaje,
el teniente Flomesta, que manda abrir
fuego artillero sobre esas primeras
amenazas aún a cierta distancia.
El eco de su
gesta tuvo un
claro reflejo en
aquellos años.
Calles, plazas
y paseos llevan
su nombre en
algunas ciudades
españolas
Pieza de artillería Schneider
Presto y sigiloso, el enemigo sigue
avanzando; las piezas artilleras van
corrigiendo el tiro cada vez más corto
al tiempo que la defensa se prepara
para evitar su conquista. Los rifeños
no solo disparan sus fusiles a
discreción, sino que además lanzan
piedras por doquier. Desde Annual
siguen con preocupación los sonidos
que llegan de Abarrán. Algunos
oficiales de artillería que otean con
sus binoculares la colina atacada
advierten: Tiran a cero 9. Flomesta
cambia de posición algunas piezas,
que sitúa al norte por orden del capitán
Huelva, mientras declara: Esto
va mal 10.
Muy pronto, el sonido de la artillería
cesa: los 360 proyectiles de los que
disponían se agotan. El griterío es ensordecedor
y la lucha es encarnizada,
cuerpo a cuerpo. El capitán Huelva se
encoleriza tras observar cómo una de
las harcas «amigas» se pasa al enemigo
y un certero disparo en el pecho
acaba con su vida; es la primera baja
en los oficiales. Unos 15 minutos después
caería el alférez Fernández.
El frente se va desmoronando, y la
zona donde se encontraban emplazadas
las piezas de artillería es la más
afectada. El capitán Salafranca, al
mando de la posición, manda calar
bayonetas y que se refuerce ese frente.
Sigue arengando a sus soldados
hasta que recibe un disparo de fusil
en el hombro. Su sargento corre hacia
él para socorrerle mientras el capitán
herido le pide papel para escribir
unas letras a su madre. Pronto recibe
otro disparo, esta vez mortal, y cae en