General Villalba Riquelme
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catorce años ingresaba como cadete
en el Batallón de Puerto Rico. De
teniente participó activamente en la
guerra de los Diez Años de Cuba, en
las jurisdicciones de Remedios y Santi
Spiritus. De regreso a la Península,
sirvió en diversas unidades hasta que
en 1882 fue destinado a cumplir una
de las inquietudes vocacionales que
más le agradaban, la docente7.
Entre 1882 y 1898, Villalba pasó
prácticamente dieciséis años dedicados
a la enseñanza militar. Como
profesor de la Academia de Infantería
y de la Academia General Militar
escribió gran parte de su amplia
obra técnica8. Sus primeras publicaciones
estuvieron dirigidas especialmente
a la enseñanza de táctica
y estrategia. Así, en 1891, veía la luz
Concepto sobre la Enseñanza Militar
(Ensayo de un Plan de Estudios) donde
llevaba a cabo un análisis didáctico
de la guerra franco-prusiana, sus
causas y operaciones, para llegar finalmente
a la determinación de unas
consideraciones críticas, orgánicas,
estratégicas, logísticas y tácticas9.
En esta obra apostaba también por
introducir cambios en los planes de
estudio, en la dirección de reducir
las ciencias exactas, ampliando las
relativas a las armas, la fortificación,
la topografía, los ferrocarriles y los
telégrafos y estudiando las ciencias
militares «más de lo que lo fueron en
el pasado»10.
Pero, sin lugar a dudas, su obra más
conocida sería Táctica de las tres armas
(1897). De ella se debe destacar
su definición de táctica como «el arte
de disponer, mover y emplear las tropas
sobre el campo de batalla, con orden,
rapidez y recíproca protección,
combinándolas entre sí con arreglo a
la naturaleza de las armas y según las
condiciones del terreno y disposiciones
del enemigo». Más novedad entrañaba
la clasificación de la misma
en táctica «pura» (teórica, planteada
en la paz sobre un terreno sin obstáculos
y con tropas en perfecto estado)
y táctica «aplicada» (práctica, según
la naturaleza del terreno, las disposiciones
del enemigo y el estado de las
tropas propias). Consecuentemente,
la «táctica reglamentaria» debía perder
«su antigua rigidez, despojándose
de lo inútil» para el combate, y no
debiendo admitirse en lo sucesivo que
la táctica de paz fuera distinta de la de
guerra11.
Después de seis años como ayudante
de campo del General Polavieja12, en
1905, al hacerse cargo de la jefatura
de estudios de la Academia de Infantería,
se encontraría un centro donde
las ideas regeneracionistas bullían
desde que, dos años antes los comandantes
José Ibáñez Marín y Luis
Angulo Escobar publicaran Los cadetes.
Un libro que se mostraba muy
crítico con el sistema de enseñanza y
en el que, entre otras cosas, proponía
«la natación y el remo en las aguas del
Tajo; la equitación ‘verdad’ no la de picadero
…; la esgrima con toda clase
de armas; el ejercicio por breñales y
valles; los paseos militares y las prácticas
de marcha y acantonamiento;
la gimnasia al aire libre», en lugar de
«tener al joven horas y más horas tras
una papelera, rígido, silencioso, agobiado,
con detrimento de su conformación
ósea»13. Elevaba, por último,
un lamento al realizar una comparativa
con la cultura anglosajona:
«Haríamos agravio á la cultura de
nuestros compañeros, si enumerásemos
los elementos que para el desarrollo
físico y el esparcimiento corporal
disponen las Escuelas militares del
continente de Inglaterra y de los Estados
Unidos. Picaderos, anfiteatros,
palenques para el golf, el foot ball,
el cricket, el polo...caballos, barquichuelos
para remar, lagos y rios para
patinar y nadar».14
Villalba, convencido de la necesidad
de dar un cambio radical a la enseñanza,
se decidirá a implantar el método
gimnástico sueco, así como potenciar
la práctica de algunos de los sports
británicos, con la inestimable colaboración
del capitán de Infantería Federico
Gómez de Salazar y el capitán Médico
Federico González Deleito15. De la
importante labor de «resurgimiento físico
» desarrollada durante esos años,