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Consejos y consejeros
El general no puede contentarse únicamente
con su propia opinión y debe
estar abierto a recibir los pareceres de
sus oficiales. De nuevo sale a relucir
el «justo medio» y, de este modo, se
señala que no son convenientes los
consejos de los oficiales demasiado
jóvenes (por impetuosos) o demasiado
mayores (por acomodados), sino
que los más mesurados han de hallarse
en las palabras de los oficiales de
mediana edad. De manera parecida,
se estima que los consejeros que hayan
tenido en sus vidas buena fortuna
y mala suerte por igual son los que
aconsejan de manera más equilibrada,
porque habrán sido precisamente
testigos de la volubilidad del destino.
Más allá de estas sugerencias que
forman parte del sentido común, hay
que señalar el acierto del marqués
de Santa Cruz de Marcenado cuando
escribe sobre la necesidad de que
los consejeros con menos experiencia
opinen primero para que no se dejen
influir por la opinión de los veteranos
y, en los casos más complicados, que
el voto sea secreto. Esta última parte
indica la perspicacia del autor al asumir
que la división puede tener lugar
y que el general debería estar atento
al voto de sus consejeros para advertir
cualquier insidia entre ellos que
pueda perjudicar el interés general. Al
contrario, debe el líder alejarse de los
aduladores, de los que muestran intereses
personales, de los temerosos y
de los fanfarrones, porque sus observaciones
están adulteradas.
Como complemento a todo lo dicho,
el general precisa saber aceptar el
consejo franco de sus subordinados.
Más allá de su propio sesgo, la decisión
final tiene que ajustarse a las opiniones
más acertadas, sin dejar de valorar
las del resto de sus consejeros.
En cualquier caso, es importante que
muestre una actitud sosegada para
poder sobrellevar las emociones, incluso
en aquellas situaciones en que
los consejos no traigan el resultado
esperado. La sagacidad es un ingrediente
fundamental en su liderazgo,
no para engañar a los suyos o a posibles
infiltrados, sino para ocultar
unos planes que, si fueran descubiertos,
pondrían en riesgo el bien común.
El autor acierta de pleno en estos
aspectos psicológicos al remarcar la
relevancia de «saber leer» a los miembros
de su equipo.
Disposición del general
Necesita el general ser benigno y
amable o grave y estricto dependiendo
de la ocasión. Debe ser equitativo
y justo en su trato con los subordinados,
sin por ello tratarlos de la misma
manera, pues no todos ejercen su labor
con la misma valía. También se le
recomienda al general la disposición
de atender siempre y de manera personal
todos los asuntos de sus subalternos.
Se trata esta de una resolución
ideal, aunque no siempre fácil de
poner en práctica, y es que sus obligaciones
hoy en día no le permitirían
ejercer semejante política de puertas
abiertas. El propio autor señala el
riesgo de que el general acabe dedicándose
a bagatelas variadas, aunque
asume que, con el tiempo, este tipo
de audiencias irían superándose. No
cabe duda de que, en cualquier caso,
el meollo de esta sugerencia está en
la disposición a mantener un liderazgo
comprensivo que escuche los problemas
de las personas que están a
su cargo.
Otra de las recomendaciones (que de
nuevo se aleja de esos estereotipos
nacionales que a veces hay que sobrellevar:
el «vuelva usted mañana»
de Larra) es la de acelerar el despacho
de los memoriales. Por ello, se sugiere
tomar una pronta decisión (que no
ocupe más de un día) para evitar así la
acumulación burocrática que tan asociada
va a la idiosincrasia de las Administraciones
públicas. A pesar de la
mala fama que tiene la burocracia, es
incuestionable que sin ella no habría
sido posible el funcionamiento adecuado
de una vasta monarquía hispánica
con territorios en tantos continentes,
como era la España del siglo xviii.
Eso sí, era menester que esta burocracia
fuese útil y ágil, y por ahí va precisamente
el consejo del autor.
Por último, se hace mención a la necesidad
de recibir y saber aceptar
críticas constructivas sobre la actividad
del general, tanto para continuar
con las acciones exitosas como para
arreglar las que no tienen un final satisfactorio.
Esta evaluación externa
contribuirá a la autoevaluación necesaria
del buen general, proceso en el
que un individuo hace examen de sí
mismo, esto es, de su personalidad.
En suma, se trata de realizar una indagación
de las propias acciones, reconocer
las apreciaciones directas e indirectas
de otros y asumir los cambios
que se estimen convenientes.
CONCLUSIONES
El marqués de Marcenado es consciente
de que muchos de los temas
sobre los que escribe se solapan, sobre
todo en este primer libro centrado
en aspectos de la personalidad del
buen general. Esta repetición temática
no nos parece un demérito si se
tiene en cuenta el objetivo didáctico
de esta magna obra. Al fin y al cabo, y
salvando nuevamente las diferencias,
no está tan alejada esta parte de las
Reflexiones militares del contenido
que podríamos encontrar en un libro
de autoayuda.
Más que en ninguna otra época, las
guerras contemporáneas han dado
numerosas muestras de cuán fácil
es dejarse llevar por la vorágine bélica
y acabar perdiendo esa naturaleza
humana que debería ser la base
de nuestra existencia. Las ideas de
virtud, honestidad y rectitud conforman
la búsqueda de la integridad que
se ha venido hilvanando a lo largo de
los capítulos comentados. Son estos
unos valores eternos que no entienden
del paso del tiempo, por lo que resultan
igualmente válidos tanto en el
siglo xviii como en la actualidad. Son,
además, unos valores que no se plasman
tan solo en gestos sublimes de
heroicidad y compasión, sino en los
más insignificantes detalles de nuestro
comportamiento cotidiano. Ahí reside
la integridad del líder que debe
servir como modelo para todos.
NOTAS
1. Marqués de Santa Cruz de Marcenado.
Reflexiones militares. Ministerio
de Defensa, Madrid; 2004.
2. Fernández García, P.: Las Reflexiones
militares del marqués de
Santa Cruz de Marcenado y su influencia
más allá de las fronteras
nacionales. Ministerio de Defensa,
Madrid; 2015.■