incorrecto como una evidencia de la
esencia hispánica, como si la picaresca
fuera uno de los atributos nacionales
y el provecho propio y la mentira
fueran modelos de comportamiento,
se agradece el valor concedido a
la palabra individual y al buen crédito.
Esta confianza que se le concede
al otro debe ser mutua, por supuesto,
y así se señala que el general está
absuelto de mantener su palabra solo
en el caso de que la otra parte engañe
primero, pero no como exhibición
de falsedad, sino como restitución del
equilibrio perdido, ya que esto es lo
que demandaría la justicia.
Otro acertado consejo para el buen
general es uno que, no por lógico,
debe dejar de repetirse. Se trata aquí
de la necesidad de la discreción en lo
concerniente a la toma de decisiones
y su posible revelación a personas inadecuadas.
Consiste este en otro de
los trazos de la personalidad que se
quiere estimular, conducentes, como
ya se ha comentado, hacia la mesura
del individuo. De esta manera, se
aconseja el secreto en los asuntos delicados,
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no solo de palabra, sino también
en los gestos, puesto que estos
a menudo contrarían la intención de la
persona. Asimismo se sugiere evitar
actitudes sospechosas que (aunque
nada se diga con palabras) puedan
dar lugar a la duda.
Más allá de la evidente necesidad de
mantener un secreto, lo cual es responsabilidad
propia, también resulta
fundamental poseer la habilidad para
discernir qué tipo de secretos se pueden
revelar y quién puede recibirlos.
En el fondo, se está moldeando el tipo
de confidente que el general debe buscar,
puesto que en algunas ocasiones
el secreto debe ser compartido para
el buen desarrollo de las operaciones
militares. Más allá de las sensatas recomendaciones
de no compartir el secreto
con hombres indiscretos, borrachos
y desleales, también se recurre
al tópico de las mujeres como pobres
confidentes porque «tienen más larga
la lengua que ancho el pecho». Aunque
sea obviedad afirmarlo, esta última
recomendación, reflejo de los estereotipos
de género de la época, es
otro de los peros que carece de sentido
alguno en la actualidad.
Actividad y trabajos
El ideal del «justo medio» reverbera en
la totalidad del primer libro y vuelve a
hacer su aparición en la búsqueda del
ansiado equilibrio en relación con la
acción. Si se preconiza en un párrafo
la actividad, en el siguiente párrafo se
advierte que esta acción debe ir acompañada
de una necesaria reflexión alimentada
a base de lecturas. De similar
manera, el discurso y la reflexión deben
acompañarse de una acción efectiva.
Como resulta incuestionable ya,
el anhelo de ponderación deviene una
constante. Por añadidura, previene al
lector de la poltronería, ya sea por falta
de decisión, ya por apatía. Es este un
consejo que, nuevamente, puede aplicarse
a la actualidad en cualquier ámbito,
más allá del propiamente militar.
La multiplicidad de opciones, lejos de
mostrarse como algo recomendable
en todas las situaciones, puede provocar
una indecisión permanente en
personas no acostumbradas a la responsabilidad.
Esto causa, a su vez, una
molicie generalizada de la que resulta
cada vez más difícil evadirse. Como
botón de ejemplo, las innovaciones
tecnológicas de las últimas décadas
y sus efectos en todas las capas de
la sociedad: a pesar de las evidentes
ventajas de su uso, a menudo habría
que preguntarse si no será mayor el
daño y el desamparo (la banalización)
que potencian.
Por consiguiente, y para que sirva de
ejemplo para todos, el autor recomienda
que el general sea «más soldado
que los soldados», es decir, que
soporte las inclemencias del tiempo,
que acompañe a los soldados en sus
guardias, que se endurezca a base de
fatiga y vigilia, etcétera. Se trata de
una visión ideal (o idealizada) del oficial
como un camarada más. Sin embargo,
no se debe obviar que, al mismo
tiempo, un buen general debe ser
consciente de sus responsabilidades,
las cuales afectan a un número importante
de individuos, y dichas ocupaciones
deben ser su prioridad.
Uno de los tomos de sus «Reflexiones»