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de San Vicente de Paúl con el objeto de introducir en el
Colegio a cinco religiosas que atendieran y ofrecieran calor
maternal a los huérfanos más pequeños.
La vida en el Colegio está plagada de numerosos acontecimientos
festivos y solemnidades; son momentos especiales
de celebración que se aprovechan; entre todos estos
actos destacaba, sin duda alguna, por su tremenda emoción
y brillantez, el de las despedidas de los huérfanos promovidos
al empleo de alféreces, en que con honda emoción,
se les recordaban tres deberes: la gratitud hacia la
Asociación de Santiago, la protección a los huérfanos y el
deber de comportarse en todo momento como «ciudadanos
cultos, fervientes patriotas y cumplidos caballeros».
En octubre de 1930 se recibe una emotiva carta de gratitud
enviada por el director del Colegio María Cristina de
Toledo, de huérfanos de Infantería, al de Caballería, por el
trato dispensado a los alumnos «cristinos» internados en
Santiago. La Asociación del Colegio María Cristina realizó
un acuerdo de intercambio de alumnos con la Asociación
de Caballería, con objeto de que los pertenecientes a la
primera, pudieran cursar carreras universitarias en Valladolid.
Los huérfanos que solicitaban ingreso en el Colegio
de Santiago debían abonar 2,25 pesetas diarias por asistencia,
4,50 mensuales por el lavado de ropa y 12,50 al mes
por el material; los demás gastos corrían a cargo de la Asociación
de María Cristina.
La llegada de la República en el año 1931 supone grandes
dificultades para el Colegio, que atraviesa una de sus épocas
más difíciles. Ve reducida considerablemente su asignación,
y todo el personal militar que prestaba sus servicios
en él es destinado a otras unidades, tanto los oficiales profesores
como los suboficiales que atendían los servicios
del centro. Durante estos años el profesorado del Colegio
se cubre con civiles.
Todas las mañanas uno de los dos inspectores del Colegio,
tenía la misión de acompañar a los huérfanos al Instituto
Zorrilla. En perfecta formación y uniformados, salían del
Colegio con destino al Instituto. Poco a poco iba disminuyendo
la fila de alumnos y pocos llegaban a su destino final.
Al terminar la jornada, los huérfanos se incorporaban a la
fila de regreso al Colegio, como si nada hubiera pasado.
En Valladolid los inviernos son fríos, y como el Colegio no
disponía de calefacción, el ambiente era gélido. Los huérfanos
dormían en dormitorios comunes de treinta camas
cada uno, en el último piso, que era el más frío. No había
agua caliente. El baño era un lujo que sólo se permitía los
sábados, día destinado al aseo personal y muda de ropa.
Tampoco existía sentido alguno de intimidad, los huérfanos
se bañaban en las bañeras, de dos en dos.
Los domingos era el único día que los huérfanos tenían salida
de paseo. La noche antes se leía la lista de castigos y
quien figuraba en ella era sancionado con su pérdida. Pero
el Colegio tenía una tapia muy practicable y era fácil escaparse
e incorporarse al paseo de los compañeros por Valladolid.
Ese era el único día que salían solos, sin ningún
vigilante. Con su uniforme azul marino en el que lucían un
escudo con las lanzas y la cruz de Santiago, capa del mismo
color y gorra de plato con visera acharolada, los huérfanos
tomaban las calles de la capital del Pisuerga.
La difícil situación que atraviesa el Colegio se agrava aún
más al estallar la guerra civil.
Uno de los primeros acuerdos del Consejo fue el de procurar
remediar la precaria situación económica del Colegio,
ya que el Consejo efectivo era quien cobraba la subvención
que el Estado abonaba al mismo y las cuotas de los socios.
El presidente de la Comitiva del Tesoro Público contestó
que el dinero ya se enviaba mensualmente a la Intendencia
Militar de la Región, y a ella debía dirigirse para su cobro.
En octubre de 1936, dan comienzo las clases dentro de un
ambiente de normalidad, con un total de 151 alumnos. Sólo
47 están presentes en el Colegio, de ellos 32 estudian bachillerato
y 15 primera enseñanza; 28 se han alistado como
voluntarios en Milicias y Regimientos; 30 salieron de vacaciones
en el verano de 1936 y se ignoraba su paradero;
43 permanecen en sus casas con pensión de estudios, con
arreglo a lo acordado en la Junta General de 1935.
Familiares de huérfanos de otros Colegios solicitaron al
General Jefe de la Región Militar que fueran admitidos en
Santiago los que no pudieran internarse en los de su procedencia
por estar en zona republicana. Su petición fue aceptada,
pero condicionadas a que hubiera plazas vacantes.
Así ingresaron en el Colegio cuatro huérfanos procedentes
de la Inmaculada Concepción y un huérfano de Estado
Mayor.
Durante la guerra se instala en el Colegio un Hospital de
sangre y el 25 de enero de 1938 es bombardeado por la
aviación republicana, que daña seriamente las dos terceras
partes de las instalaciones del Colegio.
Las condiciones de habitabilidad del mismo se resienten y
es preciso realizar, con carácter urgente, obras de reconstrucción,
con el fin de acelerar las mismas y preparar el Colegio
para el próximo curso, el Consejo acuerda solicitar
de la autoridad militar de la Región pasaporte para que los
huérfanos que desearan disfrutar las vacaciones de verano
pudieran trasladarse a sus respectivas residencias.
Las obras de reconstrucción del Colegio no eran todo lo
rápidas que se deseaba. El Curso 1938-39 no pudo dar comienzo
en la fecha acostumbrada, ya que no se hallaban las
dependencias en condiciones de habitabilidad ni se disponía
de locales para dar las clases. En el mes de septiembre
se envió una circular a los familiares de los huérfanos
que se hallaban de vacaciones para que continuaran en sus
casas hasta el primero de noviembre, fecha prevista para
el inicio del curso, incorporándose sólo en septiembre los
que debían realizar examen de asignaturas pendientes y
algunos de nuevo ingreso que por su precaria situación así
lo necesitaban. El nuevo curso se inició, tal y como estaba
previsto, el primero de noviembre. Fueron llamados al
Colegio quince huérfanos de nuevo ingreso. El curso empezaba
con 62 alumnos distribuidos entre primera enseñanza
y bachillerato. Había además en el internado trece
alumnos del Colegio de la Inmaculada, siendo llamados