racionalista-mecanicista y más adaptada
al contexto estratégico.
Tradicionalmente, la disuasión se
consideraba como una función racional,
universal y fundamentada en la
interacción entre ambiciones, objetivos,
beneficios, costes y riegos del
disuasor y disuadido4. Estrechamente
vinculado con el realismo clásico y la
noción de equilibrio de poder, este enfoque
asumía la posibilidad de gestionar
las rivalidades interestatales mediante
un modelo de coste-beneficio
basado en la teoría de juegos. Así,
la disuasión era el producto de una
ecuación con cuatro variables (a, el
beneficio en caso de éxito, b el coste
de la respuesta del agredido, c la
probabilidad de que este cumpla con
la amenaza y d la probabilidad de
que el agresor acabe con la capacidad
de represalia del disuasor) y la credibilidad
su principal incógnita. Sin embargo,
esta credibilidad no se basaba
solamente en elementos objetivos
como la capacidad militar, sino también
en elementos subjetivos como
la persuasión del disuasor y la percepción
del adversario sobre la amenaza5.
Esta realidad quedó muy clara
cuando Thomas Schelling afirmó que
era un proceso para «… influir en
las decisiones que tomará el adversario
incidiendo en las expectativas
que este tiene sobre nuestro comportamiento
»6. Sin embargo, a pesar
de constituir uno de los fundamentos
de la disuasión y una de las cuestiones
más debatidas entre sus teóricos,
como conseguir que el agresor perciba
que la amenaza lanzada por el disuasor
es real, todavía no ha sido resuelto
y posiblemente nunca lo será7,
no solamente debido a la escasez de
casos de estudio sobre la disuasión
nuclear8, la limitada información o la
interpretación equivocada de los datos
obtenidos, el desconocimiento de
la estructura de valores y normas del
adversario o la imposibilidad de introducirse
en su mente, sino porque
muchas de las enseñanzas sobre la
disuasión convencional sugieren que
las motivaciones, la ambición o la tolerancia
al riesgo pueden ser determinantes
en la disuasión.
El corolario de este enfoque clásico
racional sería la disuasión asegurada9.
Fundamentada en el equilibrio
del terror que proporcionaba la
destrucción mutua asegurada (MAD),
este punto de estabilidad estratégica
se alcanzó cuando los arsenales estadounidense
6 / Revista Ejército n.º 954 • octubre 2020
y soviético alcanzaron
la paridad, sus fuerzas nucleares se
integraron en una tríada que garantizaba
la capacidad de contragolpe y
la disuasión unilateral dejó paso a la
disuasión mutua10. Sin embargo, también
proporcionó la racionalidad necesaria
para promover iniciativas de
control de armamentos y fijó el marco
estratégico sobre el que se definieron
las opciones selectivas. Y es que si
bien el Tratado sobre Misiles Anti-Balísticos
(ABM) y las Conversaciones
para la Limitación de Armas Estratégicas
(SALT) limitaban la carrera
armamentística entre Washington y
Moscú, también reforzaron (regulando
el número de vectores o aceptando
el despliegue de misiles con ojivas
múltiples) el equilibrio del terror.
No obstante, las opciones selectivas
que se analizarán en este trabajo pretendían,
precisamente, posibilitar un
intercambio nuclear manteniendo el
marco de la disuasión existencial.
La disuasión sería
un algo contextual
en el que, si bien
las capacidades
militares son
objetivables, la
credibilidad y la
comunicación
deberán
adaptarse al
sistema de
valores, creencias
o símbolos
Actualmente se concibe la disuasión
como algo menos mecánico y racional.
Ello se debe a la contribución
realizada por los estudiosos de la
cultura estratégica. Entendida como
el conjunto de factores objetivos
(geográficos, sociodemográficos,
económicos, históricos o tecnológicos)
y subjetivos (creencias, actitudes,
valores, ideas o tradiciones militares
derivadas tanto de la cultura
como de experiencias pasadas) que
explican las percepciones nacionales
acerca del empleo de la fuerza o su
predilección por un estilo militar concreto,
la cultura estratégica condiciona
la configuración de las políticas de
defensa nacionales. Sus orígenes se
sitúan en 1977, cuando Jack Snyder
publicó «La cultura estratégica rusa:
implicaciones para las operaciones
nucleares limitadas». Este informe,
elaborado para la RAND Corporation
con objeto de apoyar el desarrollo de
las opciones selectivas, cuestionaba
el existencialismo y la lógica de la disuasión.
Lo hizo explotando el marco
histórico, organizativo, político o tecnológico
de la doctrina nuclear soviética
y sus potenciales efectos sobre
la disuasión. Así, concluyó que factores
como el equilibrio de fuerzas europeo,
la superposición del teatro de
operaciones europeo con el soviético,
la dispersión de la población o la
percepción de inferioridad estratégica
junto con el materialismo histórico
y su determinismo tecnológico, las
experiencias de la Segunda Guerra
Mundial y el estalinismo habían generado
unas dinámicas burocráticas y
unos intereses corporativos entre sus
élites distintos de los estadounidenses11.
Ello resultaba en una doctrina
nuclear asertiva, que posibilitaba el
empleo de armas atómicas, relativamente
inmune a la lógica disuasoria
estadounidense y con un enfoque
unilateral (cuando Washington asumía
que en un contexto de paridad
nuclear sería cooperativo para limitar
las consecuencias del contragolpe) a
la represalia12. En otras palabras, la
disuasión no solamente estaba condicionada
por distintas concepciones
que no tenían por qué ceñirse a
los parámetros estadounidenses (a
pesar de que Moscú era un actor racional),
sino que los factores sociales,
culturales o psicológicos tenían, junto
con las capacidades militares, un
importante papel para influir sobre el
potencial agresor13. En consecuencia,
la disuasión sería un algo contextual
en el que, si bien las capacidades