ejercicio Red Flag dosier 491
El despliegue involucraría a un gran número de unidades
y demandaría un planeamiento minucioso, en que las
innumerables piezas, a modo de Tetris, irían encajando
unas con otras. El Grupo 31, por las características de su
material, el C-130 Hércules, y su gran experiencia, estaba
llamado a desempeñar un papel fundamental.
La participación requeriría que las tripulaciones acometiesen
un plan de adiestramiento que, simplificándolo,
incluía una parte teórica y una práctica.
Dos tenientes, en la actualidad jefes de unidad, se encargarían
de desgranar una serie de tediosos documentos
necesarios para afrontar el día a día en el ejercicio,
que trasmitirían con posterioridad
a sus compañeros. De forma
simultánea se desarrollaba una
importante labor de instrucción,
sin descuidar en ningún momento
las misiones asignadas a la
unidad, que no eran pocas.
Las conferencias se sucedían.
Amenazas, tanto aéreas como de
superficie, y maniobras evasivas
resultan dos de los muchos temas
abarcados en ellas.
Se programaron ejercicios, especialmente
con nuestros «primos
», calificativo cariñoso con el
que identificábamos a nuestros
compañeros del Grupo 15 que,
con sus F-18, trataban de localizar
la formación de Hércules
que, pegada al terreno, intentaba
enmascararse en él. Una vez
descubiertos procederían a su
ataque. Se iniciaba así un juego
en el que las posibilidades de
supervivencia siempre pasan
por el avistamiento de su atacante para, en el momento
oportuno, ni antes ni después, reaccionar con un movimiento
que le imposibilitase alcanzar una posición de
disparo. Concluido el vuelo se producía un encuentro
con los pilotos de aquellos cazas en los que se analizaban
las acometidas, lo que había salido bien y lo que no,
para así, poco a poco, desarrollar una táctica adecuada.
Las dos partes resultaban beneficiadas. Las tripulaciones,
con sus propios ojos, a través de los videos grabados
por los F-18, y las explicaciones proporcionadas por
sus pilotos, tomarían conciencia de sus posibilidades de
éxito.
También se organizarían encuentros con personal de
la EADA para simular ataques con misiles portátiles y
comprobar la efectividad de las medidas defensivas ante
ellos, consistentes en la reducción de la firma infrarroja
revista de aeronáutica y astronáutica / junio 2021
con una maniobra que escondiese las partes más calientes
del avión a la vez que se reducía la potencia para disminuir
el calor desprendido por los motores.
En el afán por concurrir al ejercicio en las mejores condiciones
posibles se buscaría la colaboración del Regimiento
de Artillería Antiaérea número 72, ubicado en la
misma base aérea de Zaragoza, que desplegaría una dirección
de tiro en La Muela para valorar la eficacia de las
reacciones ante ella.
Con pequeños matices, el denominador común de todas
las pautas a seguir era la altura. Al reducirse esta aumentaba
la capacidad de supervivencia. Pero no se podía
olvidar que el terreno, a la vez
que se convierte en tu aliado, se
transforma en un enemigo real
que, siempre al acecho, no perdona.
La experiencia acumulada por
las tripulaciones a lo largo de los
años era más que notoria. Sarajevo,
Ruanda, Namibia eran solo
algunos de los nombres que la
certificaban y de los que todos,
aunque estas operaciones se
hubiesen producido antes de
su incorporación a la unidad, se
sentían orgullosos; pero el Red
Flag iba un paso más allá, se entrenaría
para participar en misiones
muy complejas, formando
parte de grandes formaciones
en un terreno sobre el que estaban
desplegadas importantes
defensas, tanto aéreas como de
superficie.
Hubo que adaptar la técnica
empleada en los vuelos a baja
cota. Se había terminado el proceder entre dos puntos en
línea recta. Los valles serían sustituidos por las vertientes.
Las tripulaciones tenían que pegarse al terreno y aprovechar
la protección que este les brindaba. Aparecían
aquellos cordones sobre los que se pintaban las marcas
de distancia que, una vez superpuesto en el mapa sobre
la trayectoria planeada, que serpenteaba a un lado y al
otro entre vaguadas y desfiladeros, daría una referencia
real del tiempo a invertir en cada tramo.
Una vez en el ejercicio se organizarían un par de salidas
diarias, con la participación, por regla general, de dos
aviones en cada una de ellas. La coordinación del vuelo
había sido iniciada el día anterior por el personal de
operaciones, que para ello había asistido a un sinfín de
reuniones en las que se analizaban los pormenores de la
misión.