significaba el triunfo o la supervivencia
en el caso de los realistas, que
se veían huérfanos de otros apoyos.
Quizás fuera este uno de los motivos,
pero parece claro que las nuevas repúblicas
no se mostraron precisamente
proclives a los pueblos indígenas,
que eran despreciados por las
nuevas élites criollas, y tampoco fue
diferente en el caso de los mapuches.
En el caso argentino, en lo que se llamó
La conquista del desierto, puede
hablarse sin caer en la exageración
de un simple genocidio con el fin de
apoderarse de las tierras de los mapuches.
En Chile lo llamaron Ocupación
de la Araucanía y se llevó a cabo
entre 1861 y 1883, tras algunos posicionamientos
mapuches en pronunciamientos
militares luego fracasados
y una conveniente campaña de
prensa de preparación de la opinión
pública chilena. La fundación de la
ciudad de Temuco, en 1881, y la refundación
de Villarrica, en 1883, son
los hitos finales.
La destrucción radical de aldeas, junto
con la quema de cosechas, fueron
las armas más utilizadas por el ejército
chileno, que se apoyaba en el uso de
las nuevas líneas de ferrocarril y el telégrafo
para sustentar sus operaciones.
Al finalizar estas, solo detenidas por el
envío al norte del ejército de la frontera
para su participación en la guerra del
Pacífico4, y tras nueve levantamientos
y un último gran caudillo, Quilapán,
Chile estaba listo para la explotación
agrícola, ganadera e industrial de una
parte del país fundamental para el crecimiento
del mismo y que le permitiría
dar el salto cualitativo necesario para
enfrentarse con éxito en el futuro con
todos sus vecinos.
OCUPACIÓN Y ASIMILACIÓN
Con el despliegue del ejército, un
ejército dotado con los medios del siglo
xix, el destino de los mapuches,
al igual que el de sus hermanos patagónicos
del otro lado de la cordillera,
quedaba escrito. Con el ejército avanzaron
el ferrocarril y la fundación de
ciudades que eran rápidamente ocupadas
por colonos. El progreso y el
crecimiento económico eran el objetivo
nacional, y con esa justificación
se reubicaron muchas comunidades
en zonas recónditas y pequeñas llamadas
reducciones, al modo de las
reservas indias norteamericanas, al
tiempo que se vendían a colonos nacionales
22 / Revista Ejército n.º 964 • julio/agosto 2021
o extranjeros las mejores tierras
o, en algunos casos, se estafaba
ulteriormente a algunas comunidades
despojándolas de sus tierras mediante
artimañas legales.
Con el despliegue
del ejército, un
ejército dotado
con los medios
del siglo xix, el
destino de los
mapuches, al
igual que el de
sus hermanos
patagónicos
del otro lado
de la cordillera,
quedaba escrito
El resultado fue la aparición de dos tipos
de indígenas: de un lado los que
emigraban hacia las nuevas ciudades
chilenas, donde sufrían una rápida
aculturación al tiempo que se convertían
en lumpen proletario en constante
lucha por la subsistencia. De otro
lado, en las empobrecidas comunidades
se luchaba por una subsistencia
miserable en un territorio pobre y de
climatología muy dura, aunque mantenían
de forma viva la lengua, el mapudungún,
y las tradiciones mapuches.
Los latifundios, mientras tanto,
crecían de modo desaforado y se especializaban
en el área cerealera en
parte y, sobre todo, en la explotación
maderera, de la que Chile sigue siendo
hoy una potencia mundial.
La situación pareció consolidarse con
la Ley Indígena de 1927, que buscaba
cerrar el círculo con la entrega en propiedad
de pequeñas parcelas a las familias
asentadas en las comunidades,
lo que, lejos de los objetivos que se
perseguían, sería el inicio de un nuevo,
y aún no resuelto, período de turbulencias,
puesto que el movimiento
indigenista, aún incipiente pero ya claramente
reivindicativo, provocó una
permanente e irresoluble discusión
sobre el «comunistarismo» o el «divisionismo
», que llegaría hasta el Congreso
Mapuche de Ercilla, en 1969, en
el que se concluía que no se daban las
condiciones legales y jurídicas para la
recuperación de las tierras de los mapuches,
y, casi como una conclusión
natural, comenzaran las ocupaciones
de tierras y con ellas la respuesta de la
autoridad del Estado. Podríamos pensar
que es entonces cuando se inicia
el conflicto moderno, que es el actual.
Con la llegada del régimen autoritario
del general Pinochet, en 1973, llega
una nueva vuelta de tuerca para
los mapuches mediante una ley que
en 1978 impone la división y venta de
las tierras de las comunidades mapuches,
lo que supondría una ulterior
concienciación de las nuevas generaciones
que serviría, con la llegada
de la democracia, para impulsar una
nueva ley indígena en 1993 que preservaría
de manera clara lo poco que
quedaba de los territorios indígenas.
Para entonces, finales del siglo xx, el
indigenismo es una corriente cultural
de amplio espectro en distintas partes
del mundo, también en Chile, que
además cuenta con el respaldo de diferentes
movimientos de izquierdas,
de mayor o menor radicalidad, que
darán en algunos casos el soporte
ideológico para la nueva fase de ocupaciones
y también quemas forestales
que se iniciará tras la ley del 1993
buscando la recuperación de los antiguos
territorios, el Wallmapu.
La nueva ley contempla un fondo de
tierras para las comunidades mapuches,
que en los últimos estudios
alcanzan un número superior a las
2500 diseminadas en las regiones de
Biobío, Araucanía y De los Ríos, de
las cuales una minúscula parte ha desarrollado
actividades violentas que
se catalogan como terrorismo y que
empezaron con ataques incendiarios
a grandes propietarios agrícolas,