tarde mucho y sea para mi corazón,
para reunirme pronto con ella!». Pocas
horas después, cuando se ejecutaba
la retirada de protección de unos
caminos, su escuadra fue atacada.
Todo un presentimiento que anunciaba
el futuro canto de El novio de la
muerte. Este hecho causó una gran
conmoción a una parte importante
de la sociedad española.
El escritor quedó tan impresionado
por la historia de amor del legionario
muerto que encontró en ella un argumento
para el cuplé. Y, nada más
terminarlo, Fidel tuvo un decisivo y
casual encuentro en la calle Montera
de Madrid con Lola Montes, que
habitualmente proporcionaba voz a
sus historias y a la que expresó su
deseo de concretar una audición.
Estaba ansioso, ya que acababa de
recibir la partitura de su amigo el
compositor barcelonés Juan Costa
y, según decía, «la letra me ha salido
muy bien».
Sería la mayor creación militar de
Fidel, un albañil de la pluma, uno
de los grandes pioneros de la novela
popular en España, autor de más
de 1300 novelas de bolsillo, muchas
de ellas del oeste. Columnista también
en el desaparecido Heraldo de
Madrid, guionista de historietas y de
programas radiofónicos y un destacado
escritor de letras para cuplés
en sus primeras andaduras profesionales.
Lo que hace grande a El novio de la
muerte, en palabras del nieto del autor,
Ernesto Prado Díez, es que «cuenta
una historia de una persona anónima,
pero en la que todos nos podemos
sentir identificados. Es, además, el
primer aviso de lo que sería la carrera
de mi abuelo, cargada de valientes luchando
apasionadamente en un mundo
lleno de hostilidades y de amores
complicados. No se trata pues de una
letra abstracta, llena de frases bonitas
pero difíciles de dar forma real, como
sucede con algunos himnos militares.
Es una letra llena de corazón y sentimiento
». Ernesto también nos explica
que «mi abuelo fue siempre una persona
muy familiar y tranquila, pero su
imaginación era increíble y prueba de
ello es la gran cantidad de novelas que
escribió. Su mente nunca descansaba
y la letra de El novio de la muerte
es una muestra de su gran capacidad
creativa». De hecho, en el estricto
ámbito militar, se pueden subrayar
algunas canciones de Fidel, como
¡Ay, Tomasa!, un pasodoble militar del
año 1930, ¡Sargento, por favor!, un
tango de 1940, y el conocido pasodoble
La cruz de guerra, de 1958, sin
olvidarnos de que también escribió el
himno del Regimiento de Infantería
del Tercio Sicilia n.º 67.
Por su parte, Fernando Pozueta,
nieto de Lola Montes, recuerda que
«para mi abuela fue uno de sus mayores
éxitos profesionales y una gratísima
sorpresa al formar parte ella para
siempre de la historia misma de La
Legión. Siempre lo tuvo presente».
Lola se retiró muy joven del mundo
de la música y mantuvo en secreto familiar
aquellas actuaciones tan exitosas
en Málaga y Melilla: «En casa no
sabíamos que ella fue la primera que
lo cantó, a pesar de que era una de
las canciones que nos cantaba para
dormir a mí y a mis hermanos, pero
lo descubrimos al corregir mi abuela
un error en la prensa», nos contaba
Fernando. Fue en el año 1976 cuando,
a través de una educada carta dirigida
al director del diario ABC, Lola
aclaraba la errónea información difundida
68 / Revista Ejército n.º 964 • julio/agosto 2021
por este medio, así como por
diferentes emisoras y revistas nacionales,
en las que se afirmaba que fue
otra «canzonetista» la primera intérprete
de la canción.
La propia Lola Montes narraba la primera
de sus dos actuaciones en el
teatro Kursaal de Melilla: «Mi representación
fue un éxito indescriptible.
Cuando aparecí en el escenario vestida
de enfermera, el público, compuesto
por figuras relevantes de la vida civil,
jefes, oficiales y tropa, me dedicó
una entusiasta ovación. Y cuando terminé
la canción el auditorio, en pie,
estuvo aplaudiéndome un largo rato,
lo que me produjo una dulce y tierna
emoción. Me la hicieron repetir hasta
tres veces …». Desde entonces, El
novio de la muerte se convirtió en una
de las obras más destacadas de su repertorio,
como lo sería, posteriormente,
para Salud Ruiz, Manolo Derkas y
otras figuras del cuplé de aquellos
días. El teniente coronel Millán Astray,
jefe del Tercio, vio en el título de Prado
y Costa, por la fuerza apasionada
que encerraba la letra, un excelente
canto legionario, que se interpretaría
desde entonces al ritmo de marcha.
Además, en Melilla, a Lola le tocó vivir
aquellos angustiosos días de julio
de 1921 en que tuvieron lugar los
trágicos acontecimientos posteriores
al Desastre de Annual y el derrumbamiento
de aquella Comandancia General.
Con su canción elevaba la moral
de los militares y de la población en
general. Se estaba haciendo historia
y las palabras de Fidel eran capaces
de transmitir todo el espíritu del recién
creado Tercio de Extranjeros. Se
hacían inmortales.
A pesar de que El novio de la muerte
no es el himno oficial de La Legión,
ya que este título corresponde a la
Canción del legionario, con letra del
comandante Emilio Guillén y música
del maestro Modesto Romero, muchos
son los que lo consideran como
el verdadero himno. Y es que ambas
canciones, que nacieron casi a la par,
son una clara apología de la muerte
y el sufrimiento en combate, algo tan
acorde a La Legión.
En 1952, el director músico de la banda
del Tercio, Emilio Ángel García Ruiz,
tuvo la brillante idea de adaptar el ritmo
de la música al paso procesional
de los desfiles de la Semana Santa de
Ceuta y, posteriormente, de Málaga.
De este modo, mientras los legionarios
trasladan a hombros a su Cristo
de la Buena Muerte (también conocido
como Cristo de Mena), la letra de la
canción se manifiesta con toda su solemnidad
y emotividad durante la Semana
Santa malagueña. El numeroso
público, que cada año derrama lágrimas,
ha convertido esta procesión en
un reclamo turístico y en una de las
más populares de España.
Pocos de ellos saben que, en un apartado
lugar del cementerio sacramental
de Santa María, en el madrileño barrio
de Carabanchel, alejado de todos
estos sentimientos, yacen los restos
de Fidel Prado Duque. Su cuerpo está
enterrado, pero su espíritu legionario
resuena todos los días escarbando,
casi siempre, en lo más profundo de
nuestros corazones. Y más allá de lo
lógico o ilógico de la contradicción
de celebrar la muerte, lo innegable es
que El novio de la muerte nos pincha
en el corazón y aquí la razón siempre
pierde la batalla.