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ñol. Este, más conocido como Carrier Strike Group en idioma anglosajón,
estaba liderado por su buque insignia, el nuevo portaviones europeo Carlo-magno,
nombrado así en honor del «padre de Europa», una unidad muy valio-sa
y potente con sistema de lanzamiento de aeronaves asistido por catapulta y
recogida por cable, el CATOBAR, y que contaba con los escuadrones de ala
fija F-18, tanto de ataque como de guerra electrónica, y los F-35 de despegue
vertical —por parte de la US Navy— y los Rafale M y E2C Hawkeye de la
Marine Nationale francesa. A pesar de no haber podido colaborar con aviones
de ala fija tras la reciente baja en su totalidad de los Harrier, la Armada espa-ñola
sí pudo, al menos, proyectar el Grupo de Combate Carlomagno con sus
helicópteros NH-90 y MH-60R de reciente adquisición. Sin duda suponía el
primer examen de los nuevos aparatos del Arma Aérea de la Armada.
En superficie, sin embargo, predominaba el acero español. Las fragatas de
la 51.ª Escuadrilla de escoltas Bonifaz, Roger de Lauria y Barceló proporcio-naban
la defensa de superficie y submarina. Mientras que la ya madura Cris-tóbal
Colón, junto al destructor americano USS Leyte Gulf, eran los encarga-dos
de apoyar en la defensa aérea. Como buque de aprovisionamiento se
contaba con el también veterano Cantabria. Y en el aspecto submarino, la
Marine Nationale había aportado su submarino nuclear Suffren, siempre
adelantado a la fuerza para alerta temprana y reconocimiento previo. En defi-nitiva,
un grupo de combate potente, capaz de afrontar cualquier amenaza.
La escala prevista por las unidades de la agrupación en las ciudades de
Dubrovnik, Split y Trieste, como comentaba previamente, era esperada con un
gran entusiasmo por las dotaciones. Atrás quedaban numerosas evoluciones,
La fragata Cristóbal Colón y el USS George H. W. Bush (CVN-77). (Foto: www.armada.es)
902 Junio