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no caminos fáciles. En aquellos tiempos,
ya el contenido de la oposición
inicial (un buen conocimiento de la
Doctrina y de los reglamentos rectores
de las armas, cuerpos y servicios,
junto a una base razonable de cultura
geográfica, histórica y cartográfica) te
permitía afrontar con cierto grado de
información el principio de aquel curso
de EM, de tres años lectivos más
uno de prácticas. El propio Martínez
Isidoro subrayaba este aspecto afirmando
que «En la antigua Escuela de
Estado Mayor se complementaban
las enseñanzas táctico/operacionales
con la organización, básica en los
ejércitos, la geopolítica, la geografía
militar, la historia del mismo tipo, los
idiomas …».
Sin duda, nuestra Escuela era muy conocida
y tenía prestigio, como recordarán
los de mi época. Se comprendía
que la sociedad civil considerara
el diploma de Estado Mayor como el
doctorado de los militares de carrera.
«De alguna forma, es el doctorado
de la profesión», afirma el general
Martínez Isidoro. Y de facto era así,
aunque no de iure. Faltó cierta visión
sobre lo beneficioso que para la institución
militar representaba una buena
coordinación con las autoridades
académicas nacionales (competentes
legales en cuestiones de enseñanza)
que permitiera encuadrar nuestras
enseñanzas y definir legalmente las
equivalencias y convalidaciones automáticas
de nuestros títulos militares.
Pero el plan de estudios de la Escuela
de Estado Mayor siguió por otros
derroteros, tal como Martínez Isidoro
describe con claridad: «Hace 19 años
se suprimió la Escuela de Estado Mayor
y, después de una política de “paliativos
de formación”, consistente en
convertir un curso de operaciones
interarmas, que pasaría a validarse
como el Primero de Estado Mayor tradicional,
vino “la nada”; y vimos cómo
los alumnos de Tierra, del flamante
Curso de Estado Mayor de las Fuerzas
Armadas, llegaban a la nueva Escuela
a estudiar organizaciones tipo
cuerpo de Ejército y superiores, en un
ambiente conjunto, sin haber trabajado
intensamente lo que iba a ser lo
más frecuente en sus vidas de diplomados,
las grandes unidades brigada
y división».
El resultado fue el actual Curso de
Estado Mayor («especie de máster
en relaciones internacionales») que
se imparte en un año escolar (sin
duda duro) mediante un conjunto de
ciclos que recogen estudios resumidos
sobre los altos niveles operativos
y sus obligadas relaciones nacionales
e internacionales de dependencia y
coordinación. Si analizamos en profundidad
el inicio, el contenido y las
exigencias de este curso, en relación
con el perfil deseable de un oficial de
Estado Mayor, se observan algunas
deficiencias sobre las que habría que
organizar el correspondiente debate
oficial, debate que existe ya, de facto,
entre los oficiales en activo y entre
no pocos retirados que nos sentimos
parte de esa gran familia militar,
que tantas veces nos recordaron en
nuestras celebraciones de aniversarios,
tanto en Zaragoza como en las
especiales (a mí, concretamente, en
Valladolid). Debate, por otra parte,
absolutamente normal en toda institución,
pues todo puede ser mejorable
en este mundo. Se me ocurren, en
principio, las siguientes carencias:
• Las exigencias actuales de ingreso
son muy escasas, dado que no
contienen el necesariamente profundo
y exigible conocimiento de
la Doctrina y de los reglamentos
que podríamos llamar rectores de
todas las armas, cuerpos y servicios
del respectivo ejército. Todo
ello debidamente acreditado en la
tradicional prueba de ingreso, que
siempre ha servido como inmejorable
procedimiento selectivo.
• Dentro ya de la Escuela de Estado
Mayor, el programa de conocimientos
exigible debe estar relacionado
con los tres tipos de operaciones
militares: guerra convencional o
clásica, guerra irregular y operaciones
de paz. Ninguna de las tres
debe excluirse, pues la realidad
nos las presenta coexistiendo en
muchos lugares del mundo. No hay
más que observar las sofisticadas
acciones de ciberdefensa junto a
múltiples guerras rústicamente
convencionales o clásicas y a guerras
irregulares. Por tanto, deben
incluirse en los programas todas
las grandes unidades (brigada, división,
cuerpo de ejército y ejército)
porque ninguna es excluible. Pero,
sin duda, aplicando una mayor
atención (seamos realistas) al estudio
de la brigada y la división.
El desarrollo del posible debate en
búsqueda de soluciones debería iniciarse
recordando, como preámbulo,
ese sabio consejo que nuestro Ortega
y Gasset nos legó: «Es conveniente
volver de cuando en cuando una larga
mirada hacia la profunda alameda del
pasado: en ella aprendemos los verdaderos
valores, no en el mercado del