humanos que hayan vivido y compartido
una vida íntegra con anterioridad
y nos hayan iluminado con su buen
hacer, su ejemplo, su constante dedicación
al bien global y a la mejora de
su entorno. En el caso de nuestro longevo
país, infinidad de ilustres militares
han hecho notorio su íntegro comportamiento
a lo largo de los siglos.
Se puede, por ejemplo, mencionar
el caso de don Gonzalo Fernández
de Córdoba y Enríquez de Aguilar, el
Gran Capitán. Sería fácil enumerar
gran cantidad de muestras de integridad
por parte de tan ilustre militar. No
obstante, hay una que habla por encima
de las demás.
Mientras gobernaba Nápoles como
virrey y tras la muerte de la reina Isabel
6 / Revista Ejército n.º 961 • mayo 2021
la Católica, el Gran Capitán fue
objeto de múltiples desavenencias
con el rey Fernando, quien, alimentado
por la rumorología, llegó a desconfiar
tanto de su virrey que lo destituyó.
Pese a la falta de confianza hacia su
persona, que había luchado y defendido
el honor de la patria en innumerables
batallas y ocasiones, Fernández
de Córdoba nunca se vendió al
bando francés, ni quiso independizarse
en Nápoles, ni hacer frente a su
rey, sino que cumplió todo que se le
ordenó con celeridad y exactitud, sin
oposición ni remilgo (podría decirse
que ya en el siglo xvi cumplió tajantemente
con el artículo 29 de nuestras
Reales Ordenanzas).
Si avanzamos hasta finales del siglo
xix encontramos el notorio ejemplo
del capitán don Saturnino Martín
Cerezo, quien siendo segundo al
mando del teniente don Juan Alonso
Zayas, y tras la muerte de este, llevó
hasta las últimas consecuencias el
cumplimiento de la orden de conservar
su puesto, resistiendo
337 días en el sitio de
Baler, en Filipinas (artículo
90 ROFAS).
Un tercer
ejemplo, más
cercano en
el tiempo, es
el del ilustrísimo
señor coronel
don Antonio Escobar
Huerta, guardia civil,
quien, pese a sus marcadas
convicciones católicas
y conservadoras, mantuvo
su promesa de defender a la
República española y lo hizo
ininterrumpidamente durante
toda la guerra. En
marzo de 1939, cuando
la zona republicana
se encontraba próxima
a su colapso,
el sublevado general
Yagüe llamó
al coronel
Escobar para
avisarle de que
el puerto de Valencia
todavía
estaba abierto
y por allí podría
escapar. Ambos habían coincidido
varias veces y el general Yagüe probablemente
quiso tener esa cortesía
con un compañero al que seguramente
consideraba un digno militar, pese
a sus innegables diferencias. El coronel
Escobar le agradeció la llamada,
pero rechazó tomar esa salida. Cuando
el general Yagüe le hizo saber que
si se quedaba lo fusilarían, el coronel
Escobar respondió que lo asumía. Paradójicamente,
el coronel Escobar fue
juzgado y condenado por rebelión militar,
y fusilado en Barcelona el 8 de febrero
de 1940. Un militar que vivió la
vida íntegra hasta las últimas consecuencias.
Numerosos autores se han embarcado
en la enredada tarea de definir la
integridad. A juicio de quien suscribe
estas líneas, es francamente difícil encontrar
una definición con un trasfondo
multiespectral, precisa y universal
(máxime si se pretende aplicar la definición
para su empleo en el ámbito
castrense). Quizá pueda parecer ridículo
acudir al Diccionario de la Real
Academia Española, ya que el objetivo
de un diccionario no es dar conocimiento
desarrollado de los términos
sino más bien sintetizar el significado,
la esencia de los mismos. No obstante,
en su definición de íntegro ofrece
una acertada (aunque laxa) aproximación
al fundamento de la integridad en
su segunda acepción:
«Íntegro, gra
Del lat. intĕger, -gra ‹intacto›, ‹puro›.
2. adj. Dicho de una persona: recta,
proba, intachable».
Rectitud y probidad, son partes fundamentales
de la integridad.
El estudio de esos seres humanos
que son indubitables ejemplos de
integridad, el análisis del comportamiento
del individuo que está decidido
a actuar permanentemente de forma
íntegra y la revisión de los rasgos
definitorios de la personalidad del
integérrimo ciudadano, arroja una
serie de denominadores comunes
(Carter, 1996) que pueden ser sintetizados
en tres axiomas: los tres axiomas
fundamentales de la integridad.
Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar.
El Gran Capitán.
(Fuente: Österreichische Nationalbibliothek)