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Comoquiera que fuere, el jefe afrontará
con ilusión —o debería— el reto
que le evade del quehacer diario, de
las rutinarias labores administrativas,
de los problemas ciertamente reales
que posibilitan la vida y el funcionamiento
de la unidad para centrarse en
aquello para lo que nos preparamos
durante toda nuestra vida militar, sea
un reto verdadero o ficticio. Y lo hará
no solo con ilusión, sino, sobre todo,
convencido —de otro modo no será
capaz jamás de motivar a nadie—,
con imaginación y preparación (técnica,
táctica, física y moral).
Llegados a este punto, es posible que
nuestro protagonista sea un auténtico
«rayo de la guerra», un Rommel
en ciernes que vea claramente la solución
del problema táctico que se le
plantea y, además, sepa llevarlo a la
práctica. O puede que —¡pobre mortal!—
asome alguna duda a su elucubración
mental, demostrando, cuando
menos, cierta sensatez: «¿Debería
progresar con toda la unidad reunida?
¿Es el amanecer realmente la
mejor hora para sorprender al “enemigo”?
¿Cómo asegurar el enlace en
el barranco? ¿Podemos prescindir de
equipo para vivaquear? ¿Puedo emplear
las escuadras de morteros por
separado o es un disparate? ¿Cómo
transporto la munición en ese tramo
que impide el paso de los vehículos?».
La respuesta está —o debería— en
la publicación doctrinal correspondiente.
«Veamos… ¡Aquí está! Reglamento
táctico de infantería, edición
de 1983. No tiene desperdicio
—pensará—. “Reglamento” quiere
decir “obligado cumplimiento”. Vaya.
Conocerlo lo conozco, no en vano he
superado varios exámenes y cursos
cuyo temario incluía el “RETI”. Pero
¿me será realmente de utilidad?».
Una cosa es superar una prueba teórica
y otra, aplicar «aquellos» conceptos
a la realidad del momento.
LA DOCTRINA
Bueno, vayamos por partes. La buena
noticia es que el jefe tiene inquietudes
y sabe dónde buscar soluciones.
La mala, que acaso aquella
«doctrina»1 no pueda dar respuesta
a todas sus preguntas, al menos, no
una solución acorde a los medios y
circunstancias actuales. Es evidente
que en estos casi cuarenta últimos
años el Ejército ha cambiado, ¡y mucho!
Al menos, tanto como la sociedad
de la que forma parte intrínseca.
Y no solamente en cuanto a organización,
sino con relación a materiales,
tecnología y mentalidad, por lo que
está obligado, consecuentemente,
a la adecuación de nuevas tácticas,
técnicas y procedimientos, en suma,
a una preparación coherente con la
radical transformación de nuestro
mundo.
Ciertamente, muchos de los conceptos
doctrinales de 1983 han quedado
ampliamente superados por las características
del Ejército y, en consecuencia,
también sus posibilidades
de acuerdo con la situación. Aunque,
cuidado, lo esencial —la misión— persiste,
no nos engañemos, al igual que
muchas de sus particularidades. Sirva
de ejemplo la definición de infantería
como «conjunto equilibrado de
capacidades medias que le permiten
combatir en casos excepcionales con
sus solos elementos y recursos».
Y es que hemos conseguido que la
táctica2 parezca aburrida. En palabras
del coronel Michael Wyly, USMC (R)3:
La guerra es, posiblemente, una de
las actividades más excitantes sobre
las que puedes leer. Lo que hemos
hecho en el cuerpo de marines tras
la Segunda Guerra Mundial es coger
la tarea más interesante del mundo
—la táctica— y hacerla aburrida. Negando
la toma de decisiones y, en
lugar de ello, enseñando metodología,
hemos separado la experiencia
del ser humano del estudio de las situaciones,
habiendo logrado hacer
la vida de nuestros marines tan sosa
como ha sido posible.
De modo que el propósito, nuestro
propósito, es revertir la situación o, al
menos, intentarlo en la medida en que
Ciclo doctrinal nos concierne tal responsabilidad.