53
de todas clases o pobres de solemnidad;
cuando no, constituía un refugio
improvisado para los estratos más bajos
de la sociedad.
Al inicio del setecientos, los tercios
españoles, otrora heroicos y brillantes,
carecían de los mínimos recursos
económicos y materiales, por lo
que resultaban a todas luces ineficaces
para poder actuar en una campaña
como la que ya se estaba dejando
sentir en el suelo patrio. Es por esto
por lo que una de las mayores preocupaciones
de Felipe V nada más tomar
posesión de la corona de España fue
plantear una amplísima reforma en el
seno del Ejército para situarlo a la altura
de los nuevos tiempos y de las difíciles
circunstancias motivadas por el
inicio de la guerra. Procedió, pues,
de inmediato a cambiar la denominación
de los tercios, que, siguiendo
la táctica del Ejército francés, pasaron
a llamarse regimientos. Así mismo,
se cambió el nombre de los jefes
que habrían de mandarlos, que
de maestres de campo pasaron a
llamarse coroneles. Estos «señores
coroneles», primeros jefes de un regimiento,
serían designados por Su
Majestad entre la alta nobleza titulada
y, para el resto de jefes y oficiales,
se elegiría entre nobles e hidalgos
con acreditadas patentes de nobleza
e hidalguía. Los sargentos se escogerían
entre los soldados más distinguidos
y estos últimos, mediante levas,
turnos de llamamientos forzosos (en
la génesis del servicio militar obligatorio)
y tropas mercenarias extranjeras.
En cuanto a la organización de
este ejército, es obvio que, educado
don Felipe en Francia, bajo los auspicios
de su abuelo Luis XIV, sobre la
táctica, la administración, la justicia,
la nomenclatura, etc., sería un calco
del ejército francés. Surgieron así en
nuestro vocabulario voces, palabras
y empleos militares como «cadete»,
«subteniente», «coronel», «mariscal
de campo», etc., que durante dos siglos
(muchas todavía existen) van a figuran
de manera notoria en nuestros
anuarios y reglamentos militares. Y
junto con ellas, con aire romántico
de leyenda, el empleo militar que nos
ocupa en este artículo: el brigadier.
Los brigadieres surgieron en nuestro
Ejército en 1702, teniendo como
antecedentes los nombramientos
hechos por el conde de Monterrey
en 1674 en el ejército de los Países
Bajos, quien a su vez los había tomado
del ejército francés, que los había
creado en 1659. Por definición etimológica
—nada más propio y oportuno
que llamar «brigadier» al que
manda una brigada—, el empleo de
brigadier parece que encaja, en todo
y por todo, dentro del generalato.
Sin embargo, no lo debió de estimar
así don Felipe, según se desprende
del tenor literal de una ordenanza
dictada por el monarca con fecha
10 de abril de 1702, en la que dice:
«Que no se considera conveniente
para mi real servicio que de maestre
de campo o coronel se pase de un
golpe a ser oficial general —el primer
empleo del generalato quedaba
fijado en mariscal de campo—, sino
que, después de haber mandado un
tercio o regimiento, se aprenderá a
hacerlo con cinco o seis juntos, más
o menos la cantidad necesaria para
que un ejército se reparta en brigadas,
tanto para la comodidad del
servicio diario como para poder hacer
operar a las tropas un día de acción
». Y añadía la ordenanza: «Por
consiguiente, mandamos que sobre
los maestres de campo o coroneles
haya brigadieres».
S.M. Amadeo de Saboya