Ciudad de Portolá en California
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de 1769 los expedicionarios terrestres
describieron:
Divisamos desde la cumbre una bahía
grande formada por una punta de
tierra que salía mucho la mar afuera y
parecía isla, acerca de lo cual se engañaron
muchos en la tarde antecedente.
Mar afuera, como al oesnoroeste
respecto a nosotros, desde el mismo
sitio al sudoeste de la misma punta,
se divisaban siete farallones blancos
de diversa magnitud. Siguiendo la
bahía por el lado norte, se distinguían
unas barrancas blancas y, tirando así
al nordeste, se veía la boca de un estero
que parecía internarse la tierra
adentro.
El 1 de noviembre un grupo de avanzada
llegó a la cima de una colina y vio
ante sí una gran extensión de agua.
La expedición de Gaspar de Portalá
Rovira acababa de descubrir la imponente
bahía de San Francisco. En
un primer momento, no fueron conscientes
de la magnitud de su hallazgo;
los exploradores lo identificaron
con la bahía de la que había hablado
el marino Bartolomé Cermeño, pero el
puerto al que acababan de llegar iba
a ser mucho más trascendente para
los intereses de la corona de lo que
la bahía de Monterrey jamás podría
haber sido. Por su hermosa armonía,
la abundancia de agua potable, leña
y lastre, el clima frío, saludable y libre
de las molestas nieblas y la docilidad
y afabilidad de los numerosos indios
que encontraron, era un lugar más
que perfecto para un asentamiento.
El 17 de septiembre de 1776 se establecía
el presidio y días después
el padre Francisco Palou consagraría
la misión a san Francisco de Asís.
El «gran puerto de San Francisco»,
como pasaría a conocerse la escondida
bahía, fue definitivamente puesto
sobre el mapa para orgullo de la corona
española. Y, aunque las amenazas
extranjeras continuarían truncando la
calma del Pacífico, el soñado puerto
se convirtió en la pasarela necesaria
al norte y a las Filipinas.
SECUOYAS
Como curiosidad, hay que añadir que,
en la misma exploración en la que se
descubrió la bahía de San Francisco,
el padre Juan Crespí, cronista de la expedición,
anotó la existencia de unos
«árboles muy altos de color rojo» que
recordaban a los cedros. «Estos árboles
son muy numerosos en la región»,
proseguía Crespí. Como nunca se habían
observado especímenes de esa
especie, fueron bautizados escuetamente
como «palos colorados», equivalente
a «troncos rojos», denominación
que luego dio origen al término
inglés redwood.
La escueta anotación es la primera
prueba documental del avistamiento
por parte de europeos de secuoyas
o, más concretamente, de secuoya
roja o de costa (Sequoia sempervirens);
la primera descripción científica
del árbol no llegaría hasta 1791 de
manos del botánico checo Tadeo
Haenke, científico a bordo de la histórica
expedición Malaspina.
Estos descubrimientos quedaron
sellados en la historia. La expedición
de Gaspar de Portolá estableció un
campamento al pie de una inmensa
secuoya que fue bautizada como
el Palo Alto, denominación que con
posterioridad dio nombre a la ciudad
de Palo Alto y que perdura en nuestros
días, pues es la capital del mundialmente
famoso Silicon Valley.
La Marina española, que tantas veces
había navegado frente a la entrada
de la bahía sin reconocerla, también
tuvo su momento de gloria al ser
la primera en navegar por la bahía
de San Francisco cuando años después,
en 1775, el capitán de la Armada
Juan Manuel de Ayala, a bordo
del buque San Carlos y encontrándose
en misión de reconocimiento,
embocó la bahía y distinguió al poco
tiempo entre la bruma una gran roca
poblada de alcatraces a la que puso
el nombre de esta ave: la isla de
Alcatraz.■