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Placa conmemorativa en el patio del Palacio de Capitanía
Candelaria), que fue mandado construir
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por el capitán Matías Rodríguez
Carta y se concluyó en el año
1752. Aunque en su interior es una
casa tradicional canaria, su fachada
es claramente neoclásica, estilo que
durante muchos años los ingenieros
militares utilizaron por todo el Imperio
español. Eso da pie para afianzar
la idea de que fue obra de un ingeniero
militar, Manuel Hernández, amigo
personal de su promotor. Desde enero
de 1853 era la residencia de los capitanes
generales. El capitán general
José María de la Viña había tomado
la decisión de alquilar este edificio al
no haber conseguido la aprobación
de dos proyectos enviados a Madrid
para un nuevo palacio de Capitanía
General. El importe del alquiler era de
cuatro mil pesetas al año, cantidad
nada despreciable para entonces.
Llega Weyler a una pequeña población
que no alcanza los dieciocho mil
habitantes. Es la capital de Canarias
desde 1833: la presencia en su suelo
de la Capitanía General y la creciente
pujanza de su puerto fueron
clave a la hora de obtener esa capitalidad.
En esos momentos tiene
dos mil quinientas casas, con ciento
once calles, y cinco fuentes públicas
abastecen de agua a la población.
La vida en los centros y sociedades
es muy activa e interesante: están el
casino, el Círculo de Amistad, el Gabinete
Instructivo, la Sociedad Musical
de Santa Cecilia, la Sociedad de
Trabajadores, la Sociedad Económica
de Amigos del País y alguna más.
Desde 1851 se dispone de un gran
teatro, hoy el teatro Guimerá, donde
actúan con asiduidad compañías
teatrales y de ópera. Y, a pesar del
gran índice de analfabetismo, la inquietud
cultural es alta; nada menos
que diez periódicos de distintas ideologías
y condiciones ven la luz en esta
Santa Cruz.
En el comienzo del camino de La Laguna
(hoy Rambla de Pulido) se encuentra
La Salida, que es la antesala
del mercado. La Salida es uno de
los lugares en que se puede tomar el
pulso a Santa Cruz. Su movimiento
es inusitado. Todo cuanto viene del
interior de la isla allí se detiene. Coches,
carros, carretas, caballerías,
peatones paran en La Salida, donde
antes estaba la casa de postas y mesón,
construida en 1858 por el arquitecto
Manuel Oráa, que ahora es el
Parque de Artillería. A muchos de los
traficantes y vendedores que concurren
diariamente en aquel lugar les es
ya familiar la figura menuda, ágil, inquieta,
de don Valeriano, que se escapa
a cada rato del Palacio de Carta.
Muchos le conocen y conversan
con él, el general es gran andarín y
madrugador. Mezclado con los grupos
de campesinos, confundido con
ellos, en animada charla, Weyler va
tomando el pulso de la situación que
se vive en las islas. Para llegar hasta
aquí va por la calle de El Castillo, llamada
así porque lleva directamente
al castillo de San Cristóbal. Solo hace
tres años que el Ayuntamiento la ha
ampliado hasta encontrase con el llamado
Campo Militar, donde la tropa
hace instrucción; al otro lado se encuentra
el Hospital Militar, cuyo lateral
sur es el camino de La Laguna. El
general, cada mañana muy temprano,
llega hasta allí acompañado de un
ayudante.
El Palacio de Carta cada vez le gusta
menos: es pequeño, incómodo,...
además está muy deteriorado y cree
que no es un edificio digno para la
institución que dirige. Una mañana,
ya entrado el verano, en ese paseo
matinal se detiene delante del hospital
y le comenta al ayudante: «aquí
vamos a construir un digno edificio
para la Capitanía General y haremos
un nuevo hospital mucho mejor que
este». Y así lo hace.
El 31 de agosto, viernes, Weyler ordenaba
al general subinspector de
ingenieros la redacción de un proyecto
para la construcción del Palacio
de Capitanía General en el lugar
establecido. El martes siguiente,
4 de septiembre, tenía sobre la mesa
el proyecto, firmado por el comandante
Tomás Clavijo con el V.º B.º del
coronel Vidal Abarca. Esto era imposible
de hacer en tan pocos días,
pero es que veintiséis años antes
el capitán general José María de la
Viña, como antes decíamos, había
encargado al coronel ingeniero Luis
Muñoz, un proyecto para el Palacio
de la Capitanía que iba a estar en lo
que es hoy la plaza del Príncipe y no
se lo aprobaron. Tomás Clavijo lo que
hizo fue elaborar una adaptación de
ese proyecto, y hay que reconocerle
que lo hizo muy bien. Una vez que el
proyecto se envió a Madrid empezaron
los retrasos de siempre. En Santa
Cruz no acostumbra a llover mucho,
pero en la noche del 8 de diciembre