![](./pubData/source/images/pages/page95.jpg)
REVISTA EJÉRCITO
N.º 968 EXTRAORDINARIO NOVIEMBRE
95
descubiertas al otro lado del Atlántico
y las Canarias se habían convertido
en un gigantesco noray o punto
crucial de enganche del cordón umbilical
que unía la España de Europa
con la España que empezaba a crecer
en América. Un enlace que nacía
en el acceso occidental del estrecho
de Gibraltar (Sevilla y luego Cádiz) y
que trazaba sobre el océano el tramo
atlántico del eje BEC.
SIGLOS XVI AL XVIII
De ahí el interés que en el siglo xvi,
y hasta finales del xviii, demostraron
Francia, Holanda e Inglaterra
para hacerse con, al menos, una de
las islas, y contar así con una base
para interceptar las flotas de Indias
que, a cambio de cultura, religión,
lengua y costumbres (es decir, civilización)
volvían a la península desde
Mesoamérica cargadas de riquezas
que servirían, en buena parte y por
desgracia, para financiar las deudas
contraídas por España como consecuencia
de las guerras que se veía
obligada a mantener en Europa.
Repasando lo sucedido en esas tres
centurias (xvi, xvii y xviii), nos encontramos
con claros ejemplos de aquellas
apetencias en lo que sucedió en
aguas y tierras canarias. Tras los piratas
y los corsarios, prácticamente desde
finales del siglo xvi, escuadras que
enarbolaban las banderas de los principales
países de la época y mandadas
por sus marinos más famosos aparecieron
amenazadoras ante las costas
isleñas. Y los fracasos (para ellos) se
fueron sucediendo casi sin excepción.
Por citar solo a los más conocidos de
los atacantes, ni Drake en Santa Cruz
de La Palma y en Las Palmas, ni Windham
en La Gomera, ni Van der Does
en Gran Canaria, ni Blake ni Jennings
ni Nelson en Tenerife llegaron a cosechar
más que vergonzosas derrotas,
sin más «gloria» que algún saqueo
aislado o la infame matanza de jesuitas
llevada a cabo por el francés Sores
en aguas de Tazacorte (La Palma).
Pero sabemos que las apetencias, ya
lo hemos dicho, no se circunscribían
solo a Canarias, la esquina occidental
del eje. Inglaterra, con clara visión
estratégica, no solo actuó en aguas
atlánticas, sino que consiguió el control
del acceso al Mediterráneo desde
occidente y de la navegación en
ese mar. Y da que pensar que, aprovechando
nuestra guerra de sucesión
y en el corto espacio de tiempo
de cuatro años, se apoderó en
1704 de Gibraltar, lo intentó, y fracasó,
con el ataque de Jennings a
Tenerife en 1706 y volvió a emplear
arteras mañas para ocupar Menorca
en 1708. Es decir, que el pensamiento
estratégico británico de principios
del xviii ya estaba fijado en la posesión
de los tres enclaves del eje BEC.
SIGLO XIX Y PRIMEROS
AÑOS DEL XX
Aunque con la llegada del siglo xix
la paz pareció, por fin, bendecir a un
archipiélago que había sido siempre
escenario de ataques y violencia,
lo cierto es que las islas sufrieron en
ciertos momentos históricos convulsiones
asociadas a la política nacional
e internacional. De ellos, sin duda el
más importante fue el estado de alarma
creado en los meses de la guerra
contra los EE. UU. (1898), cuando se
temió un desembarco de los americanos
en Canarias, que llevó a un rápido
refuerzo de las defensas costeras.
Pero acerquémonos mucho más a
los tiempos actuales y situémonos al
principio de la década de los 40 del
siglo xx.
EL MANDO ECONÓMICO
Tan solo cinco meses justos habían
transcurrido desde que los españoles
escucharan con alivio a través de
Radio Nacional de España aquel famoso
parte que terminaba comunicando
que «La guerra ha terminado»,
cuando comenzaba la que sería la
más devastadora conflagración bélica
de la historia.
La declarada neutralidad de nuestra
patria en aquel conflicto, si bien por
una parte implicaba la no participación
directa en la contienda, por otra
conducía a pensar que, cualquiera
que fuese la situación en Europa, antes
o después el archipiélago, o al menos
una de sus islas, sería invadido.
Y es que su situación geoestratégica,
con posibilidades de ejercer una gran
influencia en los accesos al estrecho
de Gibraltar, así lo hacía presagiar.
El ataque podría provenir tanto de
Alemania, si el Gobierno de España
persistía en su idea de mantenerse
lo más al margen posible del conflicto,
como de Gran Bretaña, especialmente
si los alemanes, como se presumía,
tomaban Gibraltar. E incluso
de los EE. UU., cuando entraron en la
guerra, para los que una isla cercana
al continente africano supondría
contar con un inmenso portaviones,
fundamental en sus planes de atacar
a las fuerzas del eje en su flanco sur,
el norte de África.
La mayor amenaza siempre la supusieron
los británicos1 (1), como
lo demuestra lo que el propio
Churchill escribiría en sus Memorias:
«… casi dos años mantuvimos
constantemente una expedición
de más de 5 000 hombres y
sus barcos preparados para tomar
las Islas Canarias».
En esta situación, y ante la casi certeza
de que la rama occidental del eje
BEC quedaría totalmente controlada
por otra u otras potencias, y por consiguiente
se produciría el aislamiento
del archipiélago, el Gobierno español
tomó la importantísima decisión de
constituir el Mando Económico de
Canarias, organización que superaba
cualquier concepto preexistente,
ya que se conferían al capitán general
del archipiélago no solo el mando absoluto
sobre todas las fuerzas de tierra,
mar y aire allí desplegadas, sino
también todos los resortes de los poderes
económico, político y social en
las islas.
El archipiélago se reforzó defensivamente
todo lo que se pudo y se
preparó para resistir nuevos intentos
invasores. Afortunadamente, no