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Las obras se realizan con rapidez y
eficacia bajo la vigilante mirada de
Weyler, que, como siempre, pretende
que las tareas previstas para mañana
se hubieran ejecutado ayer. En
julio de 1880 se celebra en el Teatro
Municipal una monumental exposición
16
de pintura; se presentan trescientos
catorce cuadros. Presiden la
inauguración el capitán general y el
gobernador civil. Entre los distintos
brindis destaca el de Weyler, que es
muy expresivo, por el progreso de la
ciudad a la que quiere con sus mejores
afectos. En esa exposición hay un
pintor tinerfeño que presenta nada
menos que cincuenta cuadros: se
trata de Gumersindo Robayna Lazo,
que durante su estancia en Madrid
había trabajado con Eugenio Lucas
Padilla en la pintura de los techos del
Teatro Real. Se da por seguro que fue
en esa exposición, al conocer esa circunstancia,
donde Weyler le encargó
la decoración del Salón del Trono de
su Capitanía General, que por entonces
ya tenía muy adelantada su construcción.
El Salón del Trono, que es la estancia
de mayor valor del edificio, ocupa el
cuerpo central de la segunda planta.
Su ornamentación es total, cubriéndose
completamente sus paredes
e incluso sus vanos con ricos cortinajes,
así como sus espacios con
un suntuoso mobiliario. Pero en ella
destacan las pinturas que cubren
toda el área del techo, realizadas por
Gumersindo Robayna Lazo. A ambos
extremos del salón se encuentran
representadas la nación y Canarias,
una frente a la otra. Sobre el lugar de
honor se encuentra la pintura alusiva
a la monarquía; frente a esta, en
la pared de la fachada, la del escudo
de Santa Cruz de Tenerife, la entonces
capital de Canarias. Enmarcando
a la monarquía se encuentran Gran
Canaria y Castilla y León. A ambos lados
de la nación están las islas más
orientales, Lanzarote y Fuerteventura.
En torno a la imagen del reino de
Canarias hallamos las imágenes de
El Hierro, a la derecha, y La Gomera, a
la izquierda. En los dos laterales entre
las composiciones extremas hay que
destacar la ubicación de las iniciales
V y W en clara alusión a Valeriano
Weyler. En su conjunto, el Salón del
Trono constituye una verdadera joya.
El palacio, ya terminado al final
de 1880, presenta un bello aspecto
que tiene encantados a los vecinos.
Sobre un solar de 66 m de frente y
40 m de fondo el edificio tiene una
gran armonía de líneas en la fachada
de dos pisos, cuya traza neoclásica,
el estilo que los ingenieros militares
españoles extendieron por medio
mundo, se realza con el efecto de las
escalinatas de acceso. El citado frontispicio
es fruto de la combinación
excelente de los distintos elementos,
comenzando por las dos pilastras
de orden compuesto que forman los
bordes del bloque central, algo más
saliente que los de los costados y coronado
por un gran frontón, en cuyo
tímpano destaca el escudo de la nación
con trofeos militares, obra también
de Gumersindo Robayna; en esa
misma sección principal se encuentran
la puerta mayor y la balconada
de honor. En cuanto a los cuerpos laterales,
no tienen otro ornato que las
puertas y las distintas ventanas, con
frontones triangulares sobre los dinteles,
en tanto que en lo alto se desarrolla
una balaustrada. El frente
principal corre de norte a sur, siendo
perpendicular a la calle de El Castillo,
Vista del Salón del Trono cuyo eje coincide con el del edificio,