CULTURA NAVAL
ACERCA DE UNA FOTO —QUIZÁS LA MEJOR—
DEL SUBMARINO PERAL
En las últimas décadas del siglo XIX, el
por entonces aún relativamente novedoso
invento de la fotografía alcanzaba todo su
esplendor, siendo cada vez más las familias,
sobre todo de la burguesía, que querían ser
inmortalizadas en los estudios fotográficos
que iban naciendo para atender la creciente
demanda de trabajo, cada vez mayor. Así,
sobre todo en las principales ciudades, continuamente
se instalaban nuevos profesionales
de la fotografía, gracias a muchos de los
cuales hoy disfrutamos de un importante
legado que nos hace saber cómo era la España
que se nos fue.
Decía una acertada propaganda de la
época para animar a la gente a inmortalizarse,
que la fotografía, «es un instante irrepetible, a
quien el tiempo añade la emoción del recuerdo…
». En la época citada, desarrolló su actividad
en Barcelona uno de los que llegarían a
ser de los más afamados retratistas de entonces,
J. E. Puig, que tenía establecido su estudio
en la calle Escudillers, 89. Este inquieto
catalán, a lo largo del año 1889, tuvo la
iniciativa de abandonar por un tiempo su
estudio barcelonés, cogiendo sus bártulos y
lanzándose a la aventura de realizar un largo,
y suponemos que penoso por los medios que
existían entonces, viaje por España, para
tratar de inmortalizar todo aquello que considerase
hermoso a la vista. Así, catedrales,
monumentos, obras públicas y, en general,
paisajes y escenas de la costumbrista vida
cotidiana —rural y urbana— serían inmortalizadas
por su cámara, gracias a la cual, hoy
día nos queda constancia de múltiples lugares
que desaparecieron para siempre.
Debió de ser un fotógrafo harto meticuloso,
como lo demuestra el hecho de que a cada
imagen le asignaba un número de serie y las
identificaba con un escueto pie de foto.
Dentro de ese periplo que Puig realizó por
muchas provincias españolas, la tremenda
popularidad que aquel año adquirió el submarino
del teniente de navío Isaac Peral por el
éxito que estaban teniendo sus pruebas de
mar, le hizo recalar en el Arsenal de La
Carraca, para ver de inmortalizarlo. Después
de solicitar suponemos los permisos reglamentarios
para fotografiarlo, nos dejó para la
(foto: colección personal del autor).
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