TEMAS PROFESIONALES
León en 1798, se introdujo la cronometría de longitudes gracias a las reco-mendaciones
realizadas por Jorge Juan ante los irrefutables resultados del
artesano inglés. Esta circunstancia sentaría las bases en tierras gaditanas
del «Obrador de Relojería» de la mano del artesano francés Ferdinand Bert-houd.
Durante los siglos XVIII y XIX, la astronomía de posición, por medio de las
observaciones meridianas, fue la encargada de fijar la hora local. Por tanto,
los observatorios astronómicos eran los únicos centros capaces de determinar
y conservar la hora con cierta precisión. La necesidad de establecer con la
mayor exactitud posible el momento del paso de una estrella por el meridiano
del lugar de observación, convirtió al péndulo en un complemento imprescin-dible
para la determinación de las coordenadas de un astro. Con la herencia
instrumental procedente del Observatorio de Cádiz, el recién inaugurado
Observatorio de La Real Isla de León materializaría, durante gran parte del
siglo XIX, el meridiano de San Fernando, usado como meridiano cero en la
cartografía náutica española hasta 1907, año en el que se adopta definitiva-mente
el meridiano de Greenwich.
A principios del pasado siglo XX, la introducción de los péndulos libres de
William Hamilton Shortt, con una precisión de alrededor de un segundo por
año, permitió comprobar por primera vez la falta de regularidad de la rotación
de la Tierra. A su vez, el descubrimiento de la piezoelectricidad por los herma-nos
Jacques y Pierre Curie en 1880, estableció la base de la fabricación de
relojes de cuarzo como referencia de tiempo, aunque no será hasta el primer
cuarto del siglo XX, cuando se desarrollen los primeros osciladores de este
tipo. Estos nuevos relojes comenzarían a emplearse en sistemas de comunica-ciones
y en laboratorios de metrología de tiempo y frecuencia a partir de
1927, generalizándose su uso para fines científicos a partir de 1945, tras la
finalización de la Segunda Guerra Mundial y su incipiente uso en los sistemas
de detección radar.
La «penúltima» etapa en el desarrollo de la medida del tiempo vendría de
la mano de la generación de los relojes atómicos o de frecuencia de microon-das.
Este nuevo concepto supone otro «enfoque» físico en la obtención de la
oscilación a partir de la frecuencia natural de las partículas atómicas, superan-do
notablemente la precisión de los relojes de cuarzo. Desde 1943, los traba-jos
relacionados con los relojes atómicos han involucrado a 13 premios Nobel.
Entre los logros alcanzados cabe reseñar la construcción del primer reloj
atómico de cesio en 1955, por parte de los científicos Louis Essen y Jack
Parry, del National Physical Laboratory (NPL). Tres años después, se inició la
comercialización de los primeros patrones de estas características y gracias a
la rápida proliferación y altas prestaciones presentadas acabó derivando en
1967 en una definición atómica de la unidad de tiempo, el segundo. Se consu-ma
así el cambio de la hora basada en escalas de tiempo astronómico, a la
fundamentada en escalas de tiempo físico y, por ello, en 1971 se implanta
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