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aporte operacional tuvieron las unidades procedentes de la Kriegsmarine,
cuya primera flotilla de lanchas torpederas fue prácticamente traspasada al
bando nacional, con un total de cinco unidades desembarcadas en sucesivas
escalas en Cádiz (Badajoz, Falange, Oviedo, Requeté y Toledo). Divididas en
dos versiones, permitían navegaciones en aguas más abiertas y su operativi-dad,
llevada a cabo en su totalidad en aguas mediterráneas, fue superior con
sus bases durante el conflicto en Cádiz y, posteriormente, las Baleares,
produciéndose una sola baja durante el conflicto a causa de incendio propio y
que con su avanzado diseño en la época, marcó el que la Armada continuase
manteniendo versiones posteriores del modelo una vez finalizada la contien-da.
Por parte de la Marina republicana, es más difícil encontrar fuentes docu-mentales
que aporten datos sobre la procedencia y actividad de los buques.
Tal vez las más conocidas sean las de procedencia soviética del modelo G5
(DAR) con impronta del ingeniero aeronáutico Tupolev, desembarcadas en
nuestro país en mercantes camuflados evitando el bloqueo naval, tuvieron
actividad a lo largo del litoral mediterráneo con base principal en Portman y
destacamentos hasta Cataluña dónde se perdía la primera unidad por un
ataque aéreo de la Regia Aeronáutica mientras que la segunda baja se
producía en idénticas circunstancias en el arsenal de Cartagena. Con escasez
de suministros de torpedos y otra vez el complicado mantenimiento, fueron
aun así operativas en sus misiones de vigilancia con algún encontronazo
fortuito con cruceros nacionales o la malograda misión contra el fondeadero
mallorquín en busca de los mismos y que, curiosamente, dio lugar al poste-rior
encuentro entre las unidades mayores de ambos bandos y la pérdida del
Baleares. Frustrado quedó el intento de una escuela de lanchas torpederas en
el bando republicano, al igual que la llegada de las 12 lanchas de diseño fran-cés
o los intentos de fabricación propia en astilleros barceloneses o alicanti-nos.
Más complicada resulta aún el papel de las lanchas antisubmarinas ya
que se trataban de embarcaciones de pequeño porte, en su mayoría de parti-culares
y que ocuparon la gran parte de su operatividad en tareas de vigilan-cia,
rastreo o defensa de puertos más que a lucha antisubmarina como tal,
conforme permitiesen las características particulares de cada barco debido a
su variada procedencia, independientemente de que perteneciesen a las floti-llas
del País Vasco, Cataluña o Cartagena dónde tuvieron sus bases principa-les.
Terminado el conflicto y recién comenzada la Segunda Guerra Mundial,
se estimó conveniente el intentar mantener el mayor número de unidades
debido a la nueva situación internacional con un paso del Estrecho demasia-do
goloso y la situación por otra parte, de una Armada recién salida de tres
años de uso continuado de toda su Flota, ahora unificada. La Instrucción de
Operaciones núm. 33 en 1940, establecía una primera organización de todas
las unidades divididas en la flotilla de torpederas y la de lanchas antisubmari-nas,
intentando una primigenia clasificación operativa conforme su proce-dencia.
El diseño alemán fue el referente que marcó la decisión de la Armada
866 Noviembre