128 Sanid. mil. 2020; 76 (2)
HISTORIA Y HUMANIDADES
Pandemias, milicia e historia de la Ciencia
Ponte-Hernando F.J.1
Sanid. mil. 2020; 76 (2): 127-131, ISSN: 1887-8571
Los cuatro jinetes del Apocalipsis, lamentablemente, siempre
han cabalgado muy juntos: El hambre, la muerte, la peste y la
guerra, van indisolublemente unidas, desde la más remota an-tigüedad.
Las epidemias, pestes o pestilencias, que de todas estas ma-neras
han sido denominadas, –y cuyos matices(1) no son del caso,
en un artículo periodístico, a vuelapluma, para este número ex-traordinario
de Sanidad Militar, sobre el COVID-19, tan alejado
de nuestra práctica investigadora habitual– han acompañado a
la humanidad desde su más tierna infancia, no habiendo existido
ningún estado natural idílico, libre de enfermedad, ni siquiera
antes de la presencia del hombre sobre la Tierra, pues han sido
localizadas enfermedades diversas, en los más antiguos restos
animales, dinosaurios incluidos.
Y, como no podía ser de otra manera, las epidemias con fre-cuencia,
han jugado un papel decisivo para los elementos pro-pios
de la guerra y los ejércitos, la victoria y la derrota. Siendo
siempre un quebradero de cabeza del mando, de los estados ma-yores
y de los expertos en medicina humana y veterinaria, enfer-meros
y farmacéuticos de los ejércitos.
Situaciones similares, han servido, paradójicamente, con fre-cuencia
para una cosa y su contraria. Por ejemplo, algún ejército
se veía obligado a levantar un sitio por una epidemia entre las
filas propias, o podía ganar una plaza, una batalla y una guerra,
por una «pestilencia», en las ajenas.
La peste de Atenas en el Siglo V d. de C. el de Pericles, el del
máximo esplendor del saber griego clásico, causó una tremenda
desolación y desestructuración social. A pesar de que los griegos
fueron los primeros en desechar las causas sobrenaturales de las
epidemias, esta peste los dejó fuertemente conmocionados. Tu-cídides
refiere esta terrible epidemia que asoló en los años 431 a
422 la ciudad de Atenas(2):
Apenas comenzó la buena estación, los peloponesios
y sus aliados invadieron el Ática con los dos tercios de sus
tropas, al mando de Arquidamo, rey de los lacedemonios;
y haciendo alto se dedicaron a arrasar la campiña. Y cuan-
do no llevaban muchos días en el Ática, comenzó por vez
primera a propagarse entre los atenienses la famosa epide-mia,
que se dice que ya antes había sobrevenido en muchos
lugares, por ejemplo en Lemnos y en otras partes, aunque
una epidemia tan grande y un aniquilamiento de hombres
como este no se recordaba que hubiera tenido lugar en
ningún sitio; pues al principio los médicos, por ignoran-cia,
no tenían éxito en la curación, sino que precisamente
ellos morían en mayor número porque eran los que más se
acercaban a los enfermos, ni tampoco ningún otro remedio
humano; y fue inútil suplicar en los templos y recurrir a
los oráculos y medios semejantes y, finalmente, las gentes
desistieron de usarlos vencidas por el mal(3).
Hacia el siglo V d. de C. se declaró en Bizancio, capital del
Imperio Romano de Oriente la denominada «Peste de Justinia-no
» también, curiosamente, en una época de esplendor en todos
los ámbitos. Se dice que el propio emperador Justiniano estuvo
en trance de muerte por la enfermedad.
En 2012, un grupo alemán secuenció el genoma de los dientes
de dos esqueletos enterrados hacia 570. Establecieron sin duda
que habían muerto de peste y lograron aislar la bacteria: la Yer-sinia
pestis, la que ocho siglos después, en 1347 y sucesivos años,
diezmó Europa; la misma de las repetidas oleadas asiáticas del
siglo XIX. No están claras las causas de estos lapsos seculares.
Hoy la yersinia persiste en reservorios salvajes y origina casos
humanos de vez en cuando.
En guerras de la época y en las Cruzadas se practicó el lan-zamiento,
con catapultas, por encima de los muros de ciudades
sitiadas de cadáveres de fallecidos por peste, para rendir las pla-zas
o intentar levantar el asedio, desde dentro, respectivamente.
Pura guerra bacteriológica empírica.
La peste medieval de 1347 se relaciona con la llegada de mer-caderes
de la ruta de la seda y los ejércitos mongoles en sus co-rrerías
hacia Occidente. Su enorme agresividad despobló áreas
enteras contribuyendo a la destrucción del orden altomedieval,
despoblándose los campos de gentes que los trabajasen, contri-buyendo
al final del feudalismo, y llevando a la formación de la
burguesía.
No obstante la impotencia ante la enfermedad, la proximidad
del Renacimiento, hace que la gente se plantee preguntas que po-dríamos
llamar científicas, claramente no teológicas ni especulati-vas,
no buscando explicaciones sobrenaturales, sino absolutamen-te
empíricas: motivo del contagio, causa de los saltos geográficos,
cuando al lado de poblaciones indemnes hay otras fuertemente
afectadas; el porqué del ataque severo a niños y mujeres, a perso-nas
vigorosas y jóvenes, respetando más a lactantes y ancianos y
enfermos de podagra; la predilección de la enfermedad por zonas
(3) Albarracín, op. cit. 2, p.27-28.
1 Capitán Médico (Reservista Voluntario) Prof. de Hª de la Ciencia. Universidad de
Santiago de Compostela.
Recibido: 21 de agosto de 2020
Aceptado: 25 de agosto de 2020
doi: 10.4321/S1887-85712020000200014
(1) A este respecto véase el trabajo de los profesores de la U. de La Laguna:
Pino Campos y Hernández González: En torno al significado del vocablo
griego epidemia y su identificación con el latino pestis. Dynamis. Granada.
2008; 28: pp. 199-215.
(2) Vid: Albarracín Teulón, A (1987) Contra la Muerte Negra: epidemias y
vacunas. Barcelona. Labor. 2ª Ed. p.27 y siguientes. Librito divulgativo del
maestro Albarracín, muy breve y agradable de leer.