Sanid. mil. 2020; 76 (2) 129
Pandemias, milicia e historia de la Ciencia
bajas, pantanosas y húmedas. Se encuentran además con fenóme-nos
con rara explicación como que tras la desaparición de la peste
las zonas afectadas quedan sanas y la causa de que aparezca la
enfermedad cuando a la guerra y a los tiempos de carestía siguen
cosechas fecundas y porqué aumenta la natalidad tras la peste.
En aquellos sitios en los que se organizaron procesiones mul-titudinarias
y rogativas, no era raro que se produjese una rápida
extensión de la epidemia, como ha sido habitual siempre.
A partir de aquí empieza a plantearse, en profundidad, el
concepto de cuarentena que tantos éxitos, sanitarios, políticos y
económicos, tendrá en los lazaretos españoles bien organizados
como el de la isla de San Simón, en la Ría de Vigo y en el de
Mahón, en los siglos siguientes.
El genocidio del que se nos acusa a los españoles en la Con-quista
es mayoritariamente un hecho microbiológico, como tan
bien ha demostrado el Profesor Francisco Guerra. La viruela, el
sarampión y demás enfermedades que el sistema inmunológico
de los indígenas americanos desconocía, fueron responsables de
una altísima mortalidad, muy por encima de la propia de la con-quista.
Así como nuestros antepasados contrajeron otras enfer-medades
propias de América por las mismas causas.
No así puede decirse del genocidio ocasionado por los anglo-sajones
en América del Norte, donde además del exterminio sis-temático
por arma de fuego, hay indicios de que, hacía 1700, en-tregaban
mantas de fallecidos por viruela a los indígenas, en un
ejemplo inicuo de la, siempre repugnante, guerra bacteriológica.
Lógicamente las comunidades cerradas históricas: Cuarteles,
conventos, cárceles, asilos, internados, etc. eran caldo de cultivo
habitual de enfermedades infecciosas humanas, por la íntima con-vivencia,
en condiciones higiénicas no siempre adecuadas; y antro-pozoonósicas
o, mal llamadas, zoonosis, dada la presencia habitual
en estas comunidades, de animales de monta, tiro, o economía do-méstica,
tales como: caballos, mulos, vacas, ovejas, aves etc.
En España fueron terribles las epidemias de peste de los años
1597 y 1604. Iniciada en diciembre de 1596 entró por Santander
procedente de Flandes muriendo 2500 de los 3000 habitantes de la
ciudad. Se extendió por toda España y Portugal siendo muy noto-ria
en Valladolid donde murió un veinte por ciento de la población.
El concepto de contagio moderno podemos atribuirlo al ita-liano
Fracastoro que en 1546 publica su libro Sobre el contagio
y la curación de las enfermedades contagiosas, en el que muy su-cintamente,
podemos decir que distingue tres tipos de transmi-sión
de las enfermedades infecciosas: por contacto, por fómites o
portadores, y a distancia. El agente transmisor serían los semina-ria,
especie de semillas, partículas invisibles que forman un halo
en torno al enfermo, se adhieren por su viscosidad a los objetos
y pueden difundirse a lugares lejanos.
Como vemos, en tiempos premicrobiológicos y en los que
aún se creía en la generación espontánea, Fracastoro no andaba
muy desencaminado.
El hecho epidémico y sus consecuencias incluso dio lugar a
literatura médica específica para los ejércitos, en forma de trata-dos
como el del sacerdote y médico D. Francisco Bruno Fernán-dez,
Académico de la Real Academia Médica Matritense y Mé-dico
de entradas del Real Hospital General de Madrid, que, en
1766, publica un librito titulado: Tratado de las Epidemias malig-nas
y enfermedades particulares de los Exércitos con advertencias
a sus Capitanes generales, Ingenieros, Médicos y Cirujanos(4), en
el que contempla todas estas cuestiones de modo práctico, por
experiencia propia.
A principios del Siglo XIX, Carlos IV firma una serie de
decretos para generalizar la vacunación en España, y establece
la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, a cargo de los
médicos militares Xabier Balmís y su ayudante José Salvany y
Lleopart, para vacunar y enseñar a hacerlo a médicos y notables
locales de todo el, aún inmenso, imperio ultramarino de Améri-ca
Central y del Sur y de extremo oriente.
También recientes estudios de fosas comunes de tropas fran-cesas
de fallecidos en Rusia en 1812 han señalado la mortalidad
por tifus y otras enfermedades trasmitidas por vectores como el
piojo, además de por las bajas temperaturas.
Del mismo modo le ocurrió a las tropas napoleónicas en el
intento de la conquista de Haití, que fueron derrotadas por no
poder resistir a la fiebre amarilla, que transmitían los mosquitos
(4) https://books.googleusercontent.com/books/content?req=AKW5Qa
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consulta: 31 de julio de 2020.